viernes, noviembre 25, 2005

El Llamado De Un Angel

"La muerte para los jóvenes es naufragio y para los viejos es llegar a puerto"
Baltasar Gracián



Eran cerca de las doce y la niña lloraba entre la turbulenta tos que azotaba a cada instante. La neumonía se había manifestado mortalmente, luchaba enfurecida con su organismo que daba pleito encarnecido por mantener la luz de vida en aquella jovencita de diez años. Sus ojos estaban rojos e hinchados, lagrimeando piadosamente por algún instante de paz. Sentía frío y calor entre las vértebras, la transpiración la remecía dentro de las sabanas húmedas. El dolor era insoportable, su pecho inflamado y su garganta yacía casi destruida por el cruel roce que se producía en cada estremecimiento.
La luna se asomaba por la ventana, la cual estaba abierta para ventilar toda la desesperación que se paseaba sonámbula entre el silencio de una vida temprana en su ocaso. El aire era tóxico, se podía sentir su olor a muerte, cuando todavía no llegaba. Era un presagio de lo que debía acontecer, la ineludible sentencia de un destino injusto que condenaba a una niña que aun no comenzaba su camino. La luna alumbraba y con ello pavimentaba un camino ciego a los hombres terrenales y sin bondad, era una senda donde la invisibilidad la hacía verse frágil y tentativa. El viento callaba todo y hacía sentir más fuerte cada grito de dolor proferido por la joven. Ensordecía el alma, permitiendo escuchar tan sólo una sinfonía cruel y melancólica, sonaban los latidos del corazón, la respiración forzada, el carraspeo de una voz débil y quebrantada.
La madre angustiada, corría de lado a lado, intentaba bajar la fiebre que ya había alcanzado una temperatura que sólo descendería una vez terminada esta pesadilla. La señora intentaba mostrarse fuerte y esperanzada frente a su hija, intención casi imposible en ese momento. Tan rápido como se había manifestado la enfermedad, se estaba muriendo. Todo se hacía ver gris, lo único que escapaba de este panorama sombrío era el albirojo en el rostro de la muchacha. Todo parecía irse tácita y ahogadamente, no había mucho más que hacer. Sólo quedaba retractarse a lo inevitable, o bien, construir un puente de esperanzas llenas de fuerza y entereza, pero que pronto sucumbirían hasta el fondo de la soledad.
Entre los gritos desesperados y la angustia de la madre, se había aparecido él, entero de blanco. Su rostro no reflejaba nada, sólo paciencia y tranquilidad. Miraba la escena sentado en un sofá negro en la esquina del dormitorio. La niña lo observaba sin sorprenderse, como entendiendo quien era y por qué se presentaba. Mientras tanto, su madre corría y no reparaba en la presencia de aquel ser. En definitiva no lo veía. La niña se había calmado y no lloraba como antes. Trató de estirar su mano para juntarla con la de aquel hombre pero todo fue interrumpido abruptamente al cruzarse la mujer. Ya no estaba sentado, sino apoyado en el umbral de la puerta. Siempre con el mismo rostro, la misma expresión. Repentinamente, la jovencita que hasta el momento no había podido expresar nada tan claramente, fue capaz de de decir un rotundo y entregado “llévame”. A lo cual su madre se detuvo, la miró y se le acercó. Le pidió disculpas y le suplicó que luchara. Rogaba que no se rindiese, que todo debía pasar tan rápido como había llegado. Tenían que ser felices juntas, no podría vivir así. Su hija la miraba más serena que nunca, le trataba de sonreír pero todo era infructuoso para calmar el espanto que reconocía tener.
Desde lejos irrumpió por la ventana el sonido de una ambulancia que se acercaba aceleradamente por entre las calles. Era angustioso escuchar su sirena, pues traía el sonido de la muerte, el silencio y la estridencia de lo que nunca hemos querido asumir que llegará. Junto con este mensaje también venían las últimas esperanzas, dolorosas por cierto, pero que existían aunque sólo para prolongar algo que no perduraría. El hombre que había sido testigo de todo, sin más manifestaciones que una corta sonrisa para la niña comenzó a caminar por la alcoba, en silencio pero decido a realizar la tarea que se le había encomendado. La joven poco a poco empezaba a entender lo que sucedía. El misterio que el hombre traía era algo que no estaba claro aún, pero sabía que faltaba poco para poder descubrirlo. Mientras más cercano estaba él, la niña podía sentir menos dolor, menos miedo, en fin, menos angustia a lo que se avecinaba.
Todo estaba listo, los paramédicos estaban estacionando el carro frente a la casa, la mujer lloraba aferrada a la mano de su hija, el hombre estaba sentando al otro lado de la cama y había puesto su mano sobre la muchacha esperando una respuesta de ella. En ese momento la niña posó su mano sobre la de aquel hombre y pudo sentir una fuerza que venía de otros confines, irreconocible a todo lo humano y terrenal. Vio una luz blanca alumbrar la habitación y con ello sintió elevarse livianamente, ya no existía dolor ni desesperación, aunque su madre lloraba sobre su cuerpo inerte.
La niña estaba junto al hombre en un rincón junto a una estantería. Ambos estaban parados y de la mano. El hombre le entregó una foto donde salían madre e hijas juntas y le pidió que la conservara. Veían la llegada tardía de los paramédicos y sus esfuerzos por volverle el alma al cuerpo de la niña, lo cual ya era imposible.
La jovencita miró a este misterioso hombre y le pregunto con voz inocente y dubitativa - ¿Eres Dios?-.
El hombre se alegró y respondió complacido – No, no soy Dios. Pero de parte de él vengo y ya lo conocerás -.
Quedó tranquila con esa respuesta, pero necesitaba saber algo más, algo único que estorbaba en ese momento de calma donde había quedado atrás todo sufrimiento-¿Algún día lo entenderá mamá?-.
La miró y le dijo confiado - Algún día lo entenderá. Debes estar tranquila por eso, tomará tiempo pero lo comprenderá. Ahora debemos marcharnos, pues hay cosas que irás aprendiendo sola-.
De esta manera, sin apuro y sin prisa, dejaron lo que esa noche se había vivido. Habría tiempo necesario, aunque pareciese difícil, cada ser encontraría una explicación a todo.



=Miguelius=

jueves, noviembre 24, 2005

Diferencia

"Las pasiones son los viajes del corazón"
Paul Morand

Locura apasionada se prolonga sin sentido
como no conociendo ni tiempos ni lugares (sólo instintos).
Queriendo en cada instante estar ciego frente a otros, acosarte;
cobijándonos en la locura, de revolucionaria rebeldía.
Es de a dos, sencillo,
te pierdes en el buen camino (claro está que sin destino)
y se enciende la fogosa llama y apelas al título…
Te asombras, te tocas y simplemente dejas seducirte.

En cambio yo a ti, te hablaría de loca pasión.
Más recatada,
como dando espacio al pudor, ternura.
Diciendo un te amo o mil te quiero.
Besándote los labios para seguir con tu cuello,
fino mástil que sujeta tu rostro bello
y terminar calmando tus hombros que son dunas inexpugnable,
nunca entregadas.
Algo sobrio tal vez,
de fondo una melodía, ojalá sea el concierto de Aranjuez para encontrar tu
orgullosa hidalguía.
Y delinearte el cuerpo queriendo que te relajes, abrazándote.
Recorrer tus brazos, tus muslos y tu pecho… amándonos y deseándote
en cada caricia.
Creyendo que sólo ambos cabemos en este mundo,
quemándonos las venas en pasión,
seduciéndonos los ojos al paso del reloj,sin misterio ni reproches,
sin decirnos nunca adiós.


=Miguelius=

jueves, noviembre 17, 2005

XX XY



"La humanidad se cansa pronto de todo, sobre todo de lo que más disfruta"
George Bernard Shaw


La hora que pasa es la hora que se escribe,
no es ni un antes ni menos un después,
es la esencia misma del perdón y la culpa,
juntas a la vez.

La noche te puede condenar con estrellas
que se calzan a tus espaldas,
que murmullan felices,
viendo aún
como te armas contra el miedo,
como no compites contra el reloj.

Se podría caer el mar de dos mundos
sobre tres tierras de semillas fértiles
y preguntaría un niño de ojos inocentes
qué mal ha hecho...
quién le respondería, sólo el viento, ¿cierto?
sólo el viento.

El aviso que deja la estela de un barco
es como el pasado que deja nuestros ecos
casi apagados con la feroz indiferencia del aire harapiento
conservado rara vez entre árboles frutales y parrones.

Definitivamente pensamiento traicionero
que te ocupas de la confusión,
que es tan sólo el conjunto de juicios cuerdos sin sentido sin valor.

miércoles, noviembre 16, 2005

Mi Amigo, Mi Pena y Mi Chile

"La prueba suprema de virtud consiste en poseer un poder ilimitado sin abusar de él"
Thomas Macaulay


Les tengo que contar lo que me pasó el fin de semana pasado, es más que una anécdota, fue una casualidad que me hizo abrir los ojos de par en par. Sentí lo subvalorado que tenía a mi país y, más aun, a los políticos que en él gobiernan. Tomé conciencia del verdadero trabajo que realizan y sus tan mal ponderadas “campañas”. Lo que les voy a relatar a continuación deben meditarlo y hacer un Mea Culpa (al más puro estilo Cheyre), esto porque nos hemos dedicado a hablar contra todos quienes realizan una labor solidaria y de bien común para cada persona de nuestra delgada y larga franja de tierra llamada Chile.
El sábado me tocó la preciada tarea de ir a recoger a un amigo al aeropuerto, él es un tanto ingenuo, tímido, pero muy observador. De los pocos comentarios que hace, todos son verdaderamente acertados. Su personalidad se puede definir como la mezcla exagerada del turista japonés curioso y el recatado europeo sensible. Que les precise esto no es insignificante, ya sabrán ustedes por qué.
Felizmente no tuve contratiempos y todo salió a la perfección. Cuando nos dirigíamos por la nueva Costanera (elegí esta ruta para mostrarle un ejemplo de los avances grandiosos que ha tenido la ciudad de Santiago en estos años) íbamos conversando de cómo marchaban las cosas en su país. No se quejaba, eso me lo dejó claro. Al cabo de un rato, como es debido, tuvimos que salir de la autopista y dirigirnos hacia Providencia, venía con unas ganas increíbles de pasar a comer en algún lado. Manejé mi auto como de costumbre, mientras le sugería un lugar típico chileno, que se encontraba en pleno centro de la capital.
Mientras manejaba, repentinamente me empezó a dominar una idea terrorífica, algo se me había venido a la cabeza, de lo cual no me percaté antes. Estaba cometiendo un gran error, estaba siendo injusto con mi Chile y con su gente también. Esta sensación me inundó persistentemente, empecé a sudar y todo me parecía vergonzoso. Para llegar a nuestro destino debíamos cruzar el punto más polarizado políticamente de nuestra nación, donde los candidatos se miran de reojo y con suspicacia. El preciso lugar donde las brigadas de cada comando se pugnan en batallas intensas por ganar un pedazo ínfimo de territorio. Estaba recordando Plaza Italia. La podía ver desde lejos, poco a poco se acercaba, busqué lugares para meterme y evitar pasar por ella, pero fue imposible. Mi amigo callado, sólo observaba lo que para mí era una gran vergüenza. Fuimos sondeando su rotonda, mientras mi conciencia me regañaba, pude escuchar el reproche de cada chileno, la culpa me inundó todo, sentí merecer el peor castigo de todos.
Logré pasar, ya estábamos en plena Alameda, pero mi pesar no quedaba atrás, me seguía penosamente, había mostrado la peor imagen de mi país, eso era imperdonable, ya no vendría ningún viajero, la industria del turismo caería estrepitosamente, todo por mi torpe acción.
Íbamos pasando frente al Diego Portales, yo calladamente frente al volante, cuando mi amigo me dice con su acento extranjero –Deberías estar orgulloso de tu país-.
Extrañado ante tal revelación le pregunté por qué.
Me dijo sin dejar de mirar por la ventan del auto – A Chile no le basta con tener los mejores vinos, siempre quieren más para entregarle al mundo. Ya veo el por qué de querer llevarme a comer al centro. Sentías el deber de hacerme pasar por aquella hermosa plaza, adornada por el nostálgico río Mapocho y por un hombre sobre su caballo en el centro. Pero sin duda esos no son los mayores atractivos que tiene, sino son todos aquellos carteles ¡Que gente más buena hay en tu país! Esos señores y señoras, que ponen sus rostros tan solidariamente y se atreven a reclamar por más trabajo, menos delincuencia, menos discriminación, más oportunidades. Que maravilloso que hayan tantas personas preocupada, supongo yo que ellos pagan esos carteles y si no es así, qué más da. En mi país sólo ves señales de tránsito, acá no, la gente se atreve a proponer un mundo mejor, mejores condiciones para todos, no lo había visto nunca. No se contentan con colocar un tímido letrero, ponen muchos, y de gran tamaño. Lo que es mejor aun, no es ni una ni dos personas, sino varias. ¡Mira ahí! va otro montón de anuncios con mensajes positivos. Deberías estar orgulloso. Apenas retorne a mi tierra les contaré de lo que fui testigo, no lo podrán creer-.
No supe que responder, me quedé callado y manejé sintiéndome más culpable que nunca.

lunes, noviembre 14, 2005

La Muerte De Marilyn (Según Miguelius)

"Las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo"
Napoleon


Estaba la rubia estirada en su cama, con una bata de dormir color púrpura, los ojos hinchados y el maquillaje corrido. Sus manos estaban más frágiles que nunca, su pelo desordenado, no tenía intención de arreglarlo, ¿Para qué?, ¿Para quién? Se revolcaba pacíficamente dentro de su odiosa desesperación, se le abría la seda que la cubría y dejaba su cuerpo al descubierto. Su perfección era inigualable, La finura de sus relieves poseía la precisión maestra del Creador, era blanca y fina, tenía un color azul ciego en los ojos que atrapaba a cualquiera. Su sonrisa, que ya no existía, había dejado huellas eternas, una suavidad inconteniblemente hermosa, donde la dulzura de sus gestos se iban mezclando con la soledad de su ser. Tiritaba hundida en un miedo a todo, ajena a cualquier acercamiento, se sentía vieja y desechada.
Sus pechos ya no brillaban, su luz no era la misma y estaba sola. Pero no podía negárselo; su trasero era el mejor, su sonrisa también, la cintura perfecta, todo divino. El mundo estaba sus pies. Sus sueños no. Todo era marcado por esa lucha de por vida, la de su ser, ella era una gran guerra. Se peleaba todo, a toda hora, no había paz en sí, en cada momento se abatía su orgullo contra la inseguridad, la soledad contra la desesperanza, la consideración contra la indiferencia. Sólo quedaba una solución: callarlo todo y así seguir o perderse.
Se paró, se sacó la bata de dormir. Tomó su pelo con un broche de oro, regalado por un hombre de los muchos con que había estado. Se secó las lágrimas, dispersadas por todo el rostro y siguió caminando desnuda por la amplia habitación marrón. Llegó a una cómoda, tomó un frasco y lo tiró a la cama. Dio dos pasos más y quedó frente a una ventana, apartó las cortinas y observó. La noche era tibia, el ruido de la ciudad golpeaba contra el silencio del exclusivo barrio donde vivía. Se sentían algunos autos pasar y a los lejos podía mirarse cada pequeña luz de la cosmopolita capital de los sueños, sus sueños. El cielo estaba estrellado y se dispersaban unas pocas nubes, que eran alumbradas por la radiante luna llena que acogía a los bohemios de esa noche. Había un viento fresco, recogía el ambiente, convirtiéndolo en algo más conciliador y estrecho. Todo era paz, nada más que eso.
Ella ahí, frente a la ventana del segundo piso de su mansión. Lo poseía todo, y lo que no, se conseguía. No importaba el precio, tal vez ese era el problema, el costo, cada uno tiene su costo, cada cosa en el mundo. Ella tenía su precio, era el de la fama, el del repudio, el del abuso. La reventaba todo eso, la ahogaba, ya no podía más. Había amado mucho y sin embargo, ahí estaba sola, consigo misma, nadie más.
Se volvió, caminó hasta una caja que reposaba sobre una estantería llena fotos, entre las cuales en una salía desnuda. La abrió y tomó unos papeles. Se acercó a la cama en silencio, volvió a llorar y se arrodilló frente a ella. Abrió las cartas, las leyó y vio al final la firma que decía tan sólo “J.K”. Se durmió recogida en su amargura, y despertó unos minutos más tarde.
Estaba decidida, tomó el teléfono y marcó lentamente los primeros tres dígitos, se detuvo y respiró. Colgó. Se puso de pie y caminó al espejo. Estaba frente a ella misma, eso era lo que existía, su fragilidad ya no aguantaba más, sucumbió. Se miraba, se olvidó un segundo de todo y fue feliz. Sentía pasos que la hicieron revivir. Dio media vuelta, tomó el teléfono y marcó.
El hombre estaba en el salón más poderoso del mundo, las pinturas, trofeos y documentos se lo recordaban. Acababa de cenar y ya se había despedido de sus hijos, quienes dormían plácidamente en sus alcobas. Estaba sólo e intentaba concentrase en los asuntos que demandaba su cargo, pero había algo que lo estorbaba, un pensamiento que vagamente lo acechaba a ratos, ¿Qué infundía tal miedo al hombre más poderoso del mundo? Se sentó en su sillón de cuero negro, apoyó su cabeza contra el respaldo y pensó.
Repentinamente sonó el teléfono y su corazón se detuvo un instante. Luego, sintió como se aceleraba y la incertidumbre reinó en él. Puso la mano en el auricular, sin levantarlo, lo apretó fuertemente, dejó que sonara tres veces y lo descolgó. Se lo empezó a acercar al oído, podía sentir cada vez más cerca la angustia desde el otro lado de la línea. Estaba entendiendo cual era su miedo.
Se apegó el auricular tan cerca como pudo y habló.
Tras largos y tensos minutos de conversación, la mujer escuchó tan sólo un resignado “lo siento”, antes de que se cortara desde otro lado. Se quedó escuchando impávida el sonido de la línea colgada. Reaccionó lentamente, dejó el teléfono arriba de la cama, sin haberlo colgado. Caminó sollozando hasta la ventana, la abrió y encendió un cigarro. Demoró poco en terminárselo, tal vez fue el momento más angustiante de su vida, pero qué valía todo ahora. Cerró los ojos y pensó.
Se sentó en el borde de su cama. Las sábanas rojas daban una imagen sensual y erótica de su figura, eso había sido su deseo siempre y también, su gran error: el desear lo equivocado. Estaba pagando por todo, pagaba por lo que jamás hizo y sí le hicieron. Era la culpable de lo ajeno, la diva que nunca fue.
Agarró el frasco que yacía congelado y altanero entre las sábanas. Lo abrió pesadamente y se sacó unas cuantas tabletas. Empezó a echarse una por una a la boca. Tragaba con dificultad pero segura de lo que hacía, era el único deseo en ella. Ya había quedado vacío el recipiente, lo dejó sobre su velador y se recostó. Empezó a dormirse como la niña que siempre fue, cerró los ojos tranquilamente, como siempre había deseado que fuese. El claro de sus pupilas se había apagado, nunca más se volverían a iluminar.

sábado, noviembre 12, 2005

La Transfiguración

"El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender"
Plutarco


Son las diez 10.45. El calor es asqueroso, la densidad del aire me asfixia y ahoga. Tengo sed y mis dientes guardan restos de una galleta que comí recién. Todo es monótono y escaso. La mujer enfrente piensa que es escuchada, mi cuerpo yace inerte, pero mi mente libra una lucha encarnecida contra su voz, su seriedad y sus números.
Cada rincón de la sala apesta, huele a cansancio, a tiniebla, en fin, a pura aridez. El ruido de la calle llega a mí con lejanía, me hace saber que la lucha es inocua, invariable y eterna. Me cansa todo, el amarillo de mi sala, el sonido permanente del ventilador, los pasos del pasillo. Hay una especie de sentimiento claustrofóbico, que necesita huida, un escape rápido y sin rastros, donde el viento acabe con todo lo que rodea el alma. El rayo de sol se proyecta tímido, ensimismado en el calor taciturno de su canción, golpea y presiona, así nomás, una y dos veces, no para, no cede, te estorba.
Sigue la mujer con su interminable monólogo, rápido y constante, como la espada que te entierran. Ocupa un solo instante y cuando la ves dentro de ti, ya nada puedes hacer. Con ella es igual, repite y repite, pero por eterna que sea su prédica, dejas de escucharla un momento y ya no eres nadie. Te debes sofocar como puedas, batiendo sangre y penuria, contra incendios y tormentos. Cada uno en su reclusión, cabizbajo, deseando no expandirse. Así cualquiera cae, se te abaten las pupilas, te arde la respiración compresa en los pulmones y así, todo empieza a oscurecer en la luz. Ya no queda nada, sientes despegarte lentamente de tu cuerpo. Nada sigue igual que antes, la energía ya no es tal, el aire ya no existe, todo es placentero. Puedes sentir tu palpitar, tu sangre que ya no es tal, suena como un torrente distorsionado que te recorre con infinidad. Todo se pierde en el mismo punto, donde ya no hay diferencia, donde todo se iguala.
Repentinamente las pupilas ya no pesan, el ruido de afuera no se escucha, la mujer ha callado, mi palpitar desaparece y todo vuelve a volatilizarse. Ahora me confundo más, pues no comprendo que ha sucedido. Todo gira y me parece desforme, el amarillo de las cortinas, los rayos que entran, los ruidos. Nada posee forma, nada tiene volumen. Trato de entender hacia donde caigo, pero descubro que es imposible caer donde no hay espacio. Así todo, no puedo detenerme en las ansias que me nacen, que zozobran en lo indimensionado. Ya no puedo más, me parece que todo debe concluir, aun siendo fatal para mí, sólo siento un escape, la inexistencia. Así debo finalizar, desaparecido entre donde no hay espacio, solitario y mísero de mí mismo, en la soledad de lo insaciable que se pudre en el auxilio.
Creí haber acabado, cuando sorpresivamente todo se aclara, creí desaparecer, ya nada continuaba igual. Pero adquiría las mismas formas, había una sola diferencia, todo se transfiguraba pero en sí mismo. El viaje concluía como había empezado, silencioso y sin testigos. Habría cambios, cambios que seguirían iguales.

=Miguelius=


Escrito Posterior: Lectura Recomendada à “la Vida Es Sueño” de Calderón de la Barca

jueves, noviembre 10, 2005

La Repetición No Existe

"El que conoce el arte de vivir consigo mismo ignora el aburrimiento"
Erasmo de Rotterdam


El caer en la repetición de la rutina es sin duda, uno de los terrores más desconcertantes entre los hombres. Esa única y mísera posibilidad de que cualquiera puede ser testigo o protagonista directo de sus cadenas espanta hasta los más osados. Ahí nos vamos trasformando muchas veces en seres dirigidos por la tiranía de la inercia, la que nos manipula y maneja de acuerdo a las acciones netamente prácticas, dejando de lado aquellas que nos provocan goce espiritual e interno. Ahí es lo más peligroso, empezar a perder el sentido de la corriente, de nuestra corriente, la que nos convoca como hombres, aquella que nos eleva y nos propone subir un escalón y derrocar cada día al dictador que llevamos dentro.
Pero el miedo y pavor que surge a partir de la sola mención de la palabra “rutina”, hace que muchos se pierdan del concepto real de las proporciones de la vida diaria. Empiezan a aislarse de toda estructura y composición que nos limita necesariamente a prolongarnos a una visión cosmopólita las cosas. Nos encierra en le mundo del paso a paso, donde nos vemos más allá de nuestras propias narices, porque aunque dejemos toda cercanía al automatismo de la inercia, nos extremamos a compartir con el descarrilamiento de nuestros sentidos y experiencias.
Volviendo del otro horizonte posible, los quiero centrar en un ejercicio práctico y decidor, donde sólo hace falta un instante de paciencia y la remembranza del día anterior. Si buscamos entre todas las semanas de nuestra vida, entre cada acción que hemos realizado dentro de alguna de ellas, puedo asegurar que no habrá día igual al otro. Más aun, no hay jornada de sol a sol que no tenga un hecho significativo, o sea, podremos diferir en la trascendencia de “significativo" pero es evidente que nunca dejaremos de encontrar algo distinto en cada día. Siempre habrá algún comentario, una enseñanza, una risa, que nos convocará al nivel más alto de comprensión de esta vida.
En fin, la rutina no se le debe enfrentar con incertidumbre, porque significa entregarle parte de lo que quiere, porque nos hace menos hombre y mujer, como dice Calderón de la Barca: “no es hombre el agraviado”, en este caso la ofensa es de uno mismo, a favor de la rutina, pues ella no sabe hacer mal, es parte de la naturaleza y no vengamos con cosas extrañas, el mal surge sólo del hombre. Nada se puede construir o crear contra su poder, por eso abastecernos de sensatez y equilibrio podría ser el lema de la prolongación de nuestra vida diaria. Donde lo bueno y lo malo pase tan sólo, por lo que se hace y nada más.

=Miguelius=

Lectura Recomendada: “Colmillo Blanco” de Jack London

miércoles, noviembre 09, 2005

El Aeropuerto Internacional

"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante"
Oscar Wilde


Hoy me encontré con uno de los sentimientos que más me llama la atención. Lo enigmático de esta sensación es que no tiene nombre o al menos, no la he podido llamar por éste, definiendo una incapacidad en mí, que espero yo, sea sólo producto de mi inmadurez. Posee algo extraño, una cosa positiva pero que me suele causar nostalgia de todo. Es como un año nuevo, sabes que tienes la oportunidad de empezar todo de cero pero también nace algo que te hace extrañar el pasado. Ese carácter de bondad y esperanza que me incumbe es lo más controversial de todo, pues no es materia de un pomposo arreglo de discurso político, donde se nos pronostica la venida de la “gran felicidad” (juntos podemos, alas para todos, estoy contigo, crecer con igualdad), sino que es peso para aterrizar a nuestra propia tranquilidad.
Ese sentimiento aflora de manera tácita pero estridente cada vez que me acerco al Aeropuerto Internacional, específicamente al ver los aviones suspenderse en el aire, tan lejos que parecieran escaparse de la misma realidad. Se ven frágiles, siendo monstruos de potencia. Se elevan, más y más, empieza a ser una fuga de caminos, de sueños, de testimonios, en fin, empieza a ser una fuga de fugas. La lentitud con que penetra el aire es lo más emblemático, significa todo lo que arraigamos al suelo, a ese soporte de experiencias y errores de los cuales somos conquistadores y no podremos eludir nunca más, pues quererle hacer un quite a eso, es desconocerse en lo más integral.
El motivo de cada reflexión nace a partir del misterio de querer cazar cada una de las historias de esos pasajeros. Sus despedidas, pronósticos, realidades, anclas, componen un concierto de incertidumbres magníficas. Es internarse en un mar de abismos y cordilleras, donde debes lanzarte y esperar, esperar la gloria, el fin o tal vez, ¿Quién sabe?, un perdón que no llegará jamás. He ahí, esa nostalgia, un nudo en el estómago que te deja vacío de trabas o miedos, que te abre ansias y perspectivas inexistentes, las cuales sólo conocerá tu inconsciencia viajera y trotamunda, a la cual nada le estorba.
En conclusión, cada partida tiene un sonido diferente, incluso una perdida de silencio, que hace estallar una bomba de curvas, de las cuales nunca sabrás si sales vivo o no.

=Miguelius=

P.E: Lectura recomendada à “El relato de dos ciudades” de Charles Dickens

martes, noviembre 08, 2005

¿Bitácora?


"Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído"
Jorge Luis Borges

Teniendo en este momento la intención de hacerme un Blog, no me aseguro que más adelante siga con el mismo sentido punzante de ahora.
Buena herramienta ésta, eso sí, usada con un fin bastante exhibicionista. No es culpable el soporte, más bien el soportado. Es como un libro, de nada culpa tiene la hoja que su escritor sea tan negado para la actividad, pero peor aun, que éste no lo note.
Pues entonces, ¿mi intención?, un blog algo distinto (la pomada que siempre se vende), algo atrayente no por su relato de vida, sino por su composición y tratado. una cosa con crítica fundada, cómica, nostálgica, interactiva, juvenil y horrenda. Donde reflejar y ser reflejado lleven ideas distintas pero únicas. Hagamos sátiras, diálogos, conversaciones, peleas, imprudencias, monólogos, sonetos, cuartetos, hazañas y lasañas también. Esa es mi propuesta, que resulte o no, para qué preocuparse.... todo sigue igual (no saldremos en Arte y Letra).

El talento del talentoso sólo pasa por tres conductos o drenajes: inteligencia, eficiencia y esfuerzo. Por lo que claro debo estar yo, de que este "proyecto" puede ser parte de la ciberbasura en el ciberespacio. Así termino la traducción, para dar paso al cierre.
Con ceniceros llenos de arena y pelusas alérgicas, me despido.

= Miguelius =
Escrito Posterior: Lectura recomendada --> Coronación de José Donoso