sábado, noviembre 12, 2005

La Transfiguración

"El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender"
Plutarco


Son las diez 10.45. El calor es asqueroso, la densidad del aire me asfixia y ahoga. Tengo sed y mis dientes guardan restos de una galleta que comí recién. Todo es monótono y escaso. La mujer enfrente piensa que es escuchada, mi cuerpo yace inerte, pero mi mente libra una lucha encarnecida contra su voz, su seriedad y sus números.
Cada rincón de la sala apesta, huele a cansancio, a tiniebla, en fin, a pura aridez. El ruido de la calle llega a mí con lejanía, me hace saber que la lucha es inocua, invariable y eterna. Me cansa todo, el amarillo de mi sala, el sonido permanente del ventilador, los pasos del pasillo. Hay una especie de sentimiento claustrofóbico, que necesita huida, un escape rápido y sin rastros, donde el viento acabe con todo lo que rodea el alma. El rayo de sol se proyecta tímido, ensimismado en el calor taciturno de su canción, golpea y presiona, así nomás, una y dos veces, no para, no cede, te estorba.
Sigue la mujer con su interminable monólogo, rápido y constante, como la espada que te entierran. Ocupa un solo instante y cuando la ves dentro de ti, ya nada puedes hacer. Con ella es igual, repite y repite, pero por eterna que sea su prédica, dejas de escucharla un momento y ya no eres nadie. Te debes sofocar como puedas, batiendo sangre y penuria, contra incendios y tormentos. Cada uno en su reclusión, cabizbajo, deseando no expandirse. Así cualquiera cae, se te abaten las pupilas, te arde la respiración compresa en los pulmones y así, todo empieza a oscurecer en la luz. Ya no queda nada, sientes despegarte lentamente de tu cuerpo. Nada sigue igual que antes, la energía ya no es tal, el aire ya no existe, todo es placentero. Puedes sentir tu palpitar, tu sangre que ya no es tal, suena como un torrente distorsionado que te recorre con infinidad. Todo se pierde en el mismo punto, donde ya no hay diferencia, donde todo se iguala.
Repentinamente las pupilas ya no pesan, el ruido de afuera no se escucha, la mujer ha callado, mi palpitar desaparece y todo vuelve a volatilizarse. Ahora me confundo más, pues no comprendo que ha sucedido. Todo gira y me parece desforme, el amarillo de las cortinas, los rayos que entran, los ruidos. Nada posee forma, nada tiene volumen. Trato de entender hacia donde caigo, pero descubro que es imposible caer donde no hay espacio. Así todo, no puedo detenerme en las ansias que me nacen, que zozobran en lo indimensionado. Ya no puedo más, me parece que todo debe concluir, aun siendo fatal para mí, sólo siento un escape, la inexistencia. Así debo finalizar, desaparecido entre donde no hay espacio, solitario y mísero de mí mismo, en la soledad de lo insaciable que se pudre en el auxilio.
Creí haber acabado, cuando sorpresivamente todo se aclara, creí desaparecer, ya nada continuaba igual. Pero adquiría las mismas formas, había una sola diferencia, todo se transfiguraba pero en sí mismo. El viaje concluía como había empezado, silencioso y sin testigos. Habría cambios, cambios que seguirían iguales.

=Miguelius=


Escrito Posterior: Lectura Recomendada à “la Vida Es Sueño” de Calderón de la Barca

2 Comentarios:

Blogger MyM dijo...

Me gustó,
pero justo sonó el timbre
y me dormí.

M&M

8:47 a. m.  
Blogger Ulises Lima dijo...

Miguel, tu cuento me gustó, pero no me viene ni me va. Me recueda los viajes metafísicos, viajes astrales, cuando el hombre sale de su cuerpo a una supradimensión, lo cual es casi imposible.
Al cuento le hubiera cambiado algunas cuantas cosas, pero tu escribres así, a mi me gusta de otra manera; en gusto no hay nada escrito.
Sigue escribiendo.

10:15 a. m.  

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