sábado, abril 11, 2009

Just one Question (short poetry)

Where's the man with a fucking smile
in a fucking little place...
waiting for the "hope" in a time of crisis?

jueves, enero 08, 2009

Cuando se dijo "God save America"

Me encuentro en un territorio extraño a mis modos, una selva artificial (si se quiere en el mejor sentido del término). En un país en crisis y con un presidente electo enarbolando esperanzas -que por cierto existen- pero a las que hay que ser bastante escéptico aún, son muchas las interrogantes que se plasman.

Nadie que haya nacido fuera de cuatro paredes puede sentirse ingenuo ante las maneras extrañas, pero tampoco puede pedírsenos que carezcamos de un mínimo de sentido común y capacidad de sorprendernos. En la nebulosa extraña que es USA (sic) me he visto enfrentado al conversar con sus ciudadanos a comprender sus propias contradicciones. Al encontrarme en un Estado del norte aprovecho lo que puede ser un filtro parcialmente eficiente si se quiere generar una idea más o menos acertada de lo que se indaga: impresiones menos mistificadas del mito estadounidense.

Este país ha generado un pensamiento transigente sólo de sí. Hay en sus personas una autoconciencia y un sentido de pertenencia exaltado pero a la vez autoreconocido y legitimado. La idea de nación acá no es inmaterial, menos la de Estado. Pariese recordarme esto a las antiguas polis griegas, en las que su propia contradicción era parte de lo helénico, el modo ateniense y el modo espartano eran concluyentes en la cosmovisión. Acá parece actuar un sistema similar: el sur y el norte permanecen en una confrontación ideológica permanente. Si mirásemos al estadounidense promedio veremos que posee rasgos comunes, impresos en sus propias monedas: los quarters. Llegando a éste punto es donde busco no caer en clichés, pues el siglo pasado aportó un espacio común en el pensamiento antiestadounidense, de la misma manera como muchos acá vanaglorian el tono americano sin un mínimo de comprensión todo lo que ha matizado Occidente (en su sentido más amplio).
Es un juego de roles tal vez, donde cada individuo ha preferido el sistema de vida que le es más aconsejable. Tiene algo de mercantil si lo vemos como una feria donde puedes tomar la forma que más te plazca. Pero si hay algo que me parece permanente es el sentido de la contradicción pero hecha material en valores que se practican y cultivan. Entiendo por ella -a la larga- una duda existencial que se debe desenvolver inconcientemente con el transcurso de la historia, con el cumplimiento de un destino manifestado. Acá se observa algo que pareciese funcionar, una enorme maquinaria de distintos papeles que se cumplen. Pero se me mantiene a pesar de ello una duda, porque si bien todo ciudadano comprende ese rol que le cabe y que se forja... me inquieta el no reconocer en su punto más medular qué rol es el que se atribuyen ellos mismos como grupo.

En fin la atmósfera parece ser aquella: la contradicción; mientras que lo transversal que da sentido a ella todavía no se dilucida.

jueves, enero 31, 2008

El Buen criminal



Debiendo suponer que porque hace pocos días he vuelto de un fascinante viaje desde el Perú tengo que hablar de aquello, postergaré aquella entrega para referirme a un tema que en este mismísimo instante me captura de una manera más o menos maliciosa. Leí la editorial del The Clinic la cual profundiza acerca de los crímenes y criminales más despiadados de la escena roja chilena, podemos encontrar desde asesinos en serie violadores, ladrones inmisericordes hasta alguno de los más renombrados agentes del régimen.

A partir de dicha editorial y sumado a que pude ver American’s Ganster antes de viajar me suscito a mi mismo la siguiente pregunta: ¿hay distinción entre el criminal bueno o malo o, si se prefiere, entre el ladrón bueno o malo? Al observar ciertas historias revestidas de esa atmósfera negra de la novela detectivesca – al más puro estilo Holmes- es imposible soslayarse de aquella disyuntiva que nos prueba el perfil psicológico del criminal. En una simple inspección podríamos constatarlos similares a todos (sobretodo si los miramos como entes postrados atrás de las rejas de un submundillo llamado prisión); un cariz bajo, rostros brutos, ceño fruncido, más de algún tatuaje de dudosa calidad y significado dando vuelta entre la oscuridad húmeda de algún centro penal. Todo esto sumado a la amalgama de ruidos metálicos, voces heladas y brisas contenidas en las pequeñas celdas, pero si acaso miramos más hondamente y nos preguntamos por la carilla personal de cada una de las hojas que monta el expediente del prisionero ¿qué encontraremos ahí?.

Al igual que el orgullo del tirano quien se jacta de su poder y el orgullo del rico quien se jacta de su riqueza podemos atesorar un tercer individuo –perfectamente pueden existir más- que en definitiva se jactará de su maldad. Pero incluso, queda otro grupo- más selecto- el de aquel que actúa desprovisto de ideología (no es un criminal terrorista) y también desposee maldad (no actúa movido por rabia u otra pasión exagerante). Este tipo suele ser engreído, altanero, cree cumplir su trabajo y trabajar para sus queridos, tiene vocación de religioso practicante y le es un orgullo – maquinado no- el servirle a su comunidad. En el cine el ejemplo está en El Padrino, pero nuestra parrilla criolla también es rica en estos individuos, como no olvidar el Cabro Carrera o al jefe de pandilla –suena casi como un título profesional- el Indio Juan.

El criminal bueno, si se me acepta el término y la idea, tiene su amor propio y no ve conflicto entre su rol de ciudadano y criminal, los separa perfectamente y exige que uno no entorpezca el otro. En esto el criminal – bueno- arma una estructura sociológica compleja donde la institucionalidad, las fuerzas de orden, los políticos, el ciudadano común y el pobre cumplen un rol, pero nunca los ve como medio para un fin, porque sabe del amor propio y de amor al prójimo, sino que hace uso de sus funciones sin entorpecerlas tan sólo tomando lo necesario, lo necesario para su crimen.

La ley del buen criminal termina señalando así como un decálogo de mandamientos que cualquiera de ellos deba morir en su ley, en su propia costumbre y si eso conlleva la soledad y el olvido producto de una atrocidad mayor a la tolerable, con la cual se juega en cada paso, se debe aun así pagar el costo y más, porque esa es la ley de buen criminal, de lo contrario se pierde lo único que se tiene: un trapo de orgullo y honor salpicado con sangre.

lunes, diciembre 31, 2007

El autodidactismo y sus posibilidades

Vale la pena interrogarse acerca de ciertos temas por lo pronto poco citados. De esos que no trasuntan plenamente en lo literario ni tampoco en la etiqueta de lo pedagógico. La cuestión es fácil si se aborda simplonamente, con aires especulativos y no puntuales, de una manera espontánea y no armada.

El autodidactismo es la forma en que un individuo es capaz de forjar su propia educación, no bien desde un principio pero al menos desde una etapa intermedia o incluso, en una posterior enseñanza que se inicia luego de la misma propiamente considerada, es decir, como método post-reflexivo y no como un aliciente.

Es interesante observar la importancia de esta última educación, en gran medida subvalorada o negada al seno de una sociedad industrializada y con aires de post-modernismo. La autoescuela que puede tener variadas ventajas: libertad de hora, currículo, lugar, extensión, etc. consta de una – que a mi parecer- es la prima ventaja de dicho método: la creatividad.

Kant, al definir la ilustración, señalaba el hecho de destruir el sello que pudiesen dejar nuestros preceptores en nosotros, nos invocaba de manera casi exagerada despojarnos de lo pretérito para en definitiva poder pensar por uno mismo. La invitación, aunque considerada en otros términos, me parece provechosa en cuanto consideramos interesante escudriñar sobre nuevos métodos y perspectivas.

A partir de ello la lectura puede sufrir interesantes modificaciones no en su forma, sino nuevas aproximaciones desinfluenciadas de lo que puede denominarse el polvo que ensucia los libros. Esto es, las excesivas aproximaciones que se hacen sobre las obras que terminan por degenerar su sentido natural y obvio. Claramente lo anterior se puede entender sin desconocer necesariamente que una obra que elevada – esto es subjetivo al menos en la mayoría de los textos literarios- a categoría de sublime pueda despojarse de ese mismo polvo que el excesivo eruditismo pueda serle afecta.

Entonces y volviendo a lo anterior, es llamativo que una educación que se es dada por el propio seno, por la propia metodología, en base al propio fin desinteresado, pueda tener réditos ampliamente provechosos y no sólo para el educado, pues además propicia nuevas influencias en otros a partir de sus propias aproximaciones que en algún modo y en gran esencia están desprovistas de toda raíz o aire que pueda contaminar su originalidad.

Lo anterior, claro está, será más riquísimo si es capaz de rescatar lo pretérito, pero como señalamos anteriormente de forma desprovista y sin cargas que no le son propias. Lo interesante en ello es la reintegración del texto y de los distintos elementos estudiados, pero ahora bajo otro prisma y con nuevas voces.

Allí radica el valor del autodidactismo, en ser faro de nuevas luces que guíe incipientes reflexiones atinadas a lo verdaderamente valorativo – si es que existe- y que en medida alguna, transmute –o reelabore- las viejas interpretaciones haciendo más rica a la literatura.

lunes, diciembre 03, 2007

Borges y el sueño de un grande

miércoles, noviembre 28, 2007

Las Palabras y La Conversación

Hoy, quiero homenajear a la palabra, más precisamente a la conversación que nace de ellas. Pretendo brindar también por no llegar a materialidad alguna en un diálogo franco y sereno, sino más bien destruir toda la espiritualidad que nos constituye para verla renacida en nuevas formas. Las palabras son mágicas, lo dijo Neruda, “gracias por las palabras”.

En conclusión un triunfo real como los pocos que conozco podrá decirse de aquel coloquio fructífero que se comprenda imposible de agotar… y quedará ya a esa altura tan sólo que se agoten los participantes.


No sé en verdad si la comunicación es previa a la palabra o no, es irrelevante en esta reflexión. La certeza es mi gratitud a la creación que emana de la plática, o bien en soledad, lo que nace del silencio. Claro, no sé yo, pero es que acaso no son similar el silencio a las palabras: podrían ser ellos el sonido creador, la causa eficiente del pensamiento. No nos damos cuenta acaso que la reflexión no es más que el sonido de las palabras en nuestra conciencia.

Eso es lo que enamora de las palabras: seguro los números han sido creados por Dios, felizmente las palabras son humanas. Por ellas y por su esencia me desvelo y además, por ellas puedo descansar tranquilo porque han sido tantas y tan profundamente irregulares que mañana nacerán otras nuevas y aún la ya existentes me son desconocidas.

sábado, octubre 13, 2007

La Injusticia: Un Enfoque a Partir de Dos Vivencias

Un aspecto olvidado

¿Cuántos tratados acerca de la ley se han hecho? Tal vez más de los que cualquiera pudiese especular. Miles han sido las bibliotecas que se llenan intentando explicar la idea de Justicia, muchos filósofos se han dado vueltas y vueltas para llegar al fondo del asunto: el mismo Kant suplicaba alcanzar aquella orilla en la cual sus reflexiones abordaran al fin una armonía y paz interior. Tras este concepto – el de Justicia- se han desarrollado procesos históricos de incalculable influencia para sus contemporáneos. El Derecho Romano, la Doctrina Tomista, la Conquista Americana, la Revolución Francesa, han sido hechos de un alcance inconmensurable.
Pero cabe preguntarse tras ser testigo de las extensas bibliografías acerca de este tema, de observar los cambios en el mundo producto de su misma transformación, de cuantificar todas las Universidades que se han fundado y que instruyen en el manejo de la Justicia, de estudiar las miles de instituciones creadas en la historia para afianzar su real preeminencia, ¿qué es entonces la injusticia? ¿Cómo se explica? ¿Es una patología o bien, un mero estado psicológico-social? Observemos tan sólo las implicancias morales que podría tener el simple hecho de que la ciencia actual descubriese ciertos genes que nos hacen propensos o directamente tendientes a actos que son socialmente calificados como malos, aquello sería algo tan revolucionario tanto como para la medicina y la biología como para las mismas ciencias sociales: bordearíamos el mismo determinismo de la voluntad.
En este ensayo se considerará de Tomás de Aquino la siguiente explicación, “diremos que siendo la ley cierta regla y medida, se dice estar en algo de dos maneras: de una, como en el que mide y regula. Y pues esto es propio de la razón en este concepto la ley está en sola la razón. De otra manera, come en lo regulado y medido. Y así la ley existe en todos los que se inclinan a algo por alguna ley.”[1] Bajo esta perspectiva ocuparemos la segunda proposición, en la cual no existe – según Tomás de Aquino - la hegemonía de la razón. Es así como podremos incluir allí todo acto que sea de suyo malo, ya por la existencia de algún elemento teleológico o por mera incapacidad de observar el deber racional a cumplir. Para esta indagación echaremos reiterados vistazos a dos experiencias en las cuales los sujetos víctimas de la Injusticia fueron cruelmente sometidos a los peores males físicos que un ser humano puede sufrir: la tortura y la muerte. Escudriñaremos paralelamente ambas vivencias e intentaremos una penetración a la fibra misma de la Injusticia. Los ejemplos que se tomarán serán en el proceso judicial contra Tomás Moro[2], junto con el relato de Victor Frankl acerca de su vida en un campo de concentración Nazi[3]. Si bien el primer ejemplo es más fino en cuanto a los criterios y formas en los procesos jurídicos, el segundo es más testimonial y aun cuando se profundiza mucho más en la psicología de la víctima el carácter bilateral del acto injusto nos revela nuevas luces para el tratamiento del tema.

La Injusticia como acto opresivo

Si consideramos la Injusticia como el máximo grado de opresión de una persona a otra –en un sentido aritmético diremos que no se concreta la estricta igualdad debida - o bien, del Estado al individuo – en ese alcance diremos que no hay una repartición de bienes y cargas de forma proporcional- debemos a su vez observarla con las distintas formas en la cual se puede manifestar[4]. En el caso de Tomás Moro pareciese que el acto injusto no repasa los aspectos religiosos en sí, es decir, no se le juzga por hereje, lo grandioso y trascendente del que fuese el máximo pensador de la época es que hace prevalecer su libertad como prima moral hipotética – en cuanto para él era trascendente mantenerla- hasta el mismo punto de su muerte. Bajo esta perspectiva lo injusto no está revestido de algún carácter sacrosanto, pues de la misma forma que lo persuaden a reconocer a Enrique VIII como máxima autoridad en materia religiosa lo podrían haber movido a asegurar cualquier otra cosa. Lo valeroso aquí es la capacidad de no transar su propia libertad, de no ser él mismo quien se restringiese o se oprimiese por factores circunstanciales. La libertad de actuar – mejor dicho de pensar- en dicho caso es necesariamente la transacción que Moro no está dispuesto a realizar. En ese sentido el jurista Jaime Guzmán tiene razón al afirmar que la autonomía de conciencia es la mayor de las libertades, en cuanto en ese ínfimo pero extenso mundillo de nuestros pensamientos se pueden desenvolver ampliamente todas y cada una de las ideas que gustemos atender.
Luego, al observar el caso de Victor Frankl el acto de suyo injusto pasa por líneas distintas al ejemplo antes mencionado. La Injusticia tiene ribetes que se caracterizan por atentar la identidad misma y no sólo de él, sino de todos sus comunes. Acá las restricciones no van ya a oprimir la libertad, se extiende a ensombrecer la raíz misma del hombre: sus costumbres, sus memorias, sus afectos, su estructura psicológica. Se matizan en este contexto nuevos derechos intrínsecamente humanos que sólo se pueden dimensionar en cuanto son atropellados, pues su hilo es fino y en un contexto normal están sobreprotegidos bajo otros derechos que forman superestructuras más amplias que permiten al hombre conciente reconocerlos ya sea instintiva o bien, delimitada o taxativamente. La fortaleza del mismo Frankl atraviesa ya no sólo una epidermis social superflua, su grandeza radica en hacer prevalecer en sí mismo el carácter humano de su existencia, es decir, en no ser reducido a un estado en que no se reconozca como hombre y en que tampoco reconozca el permanente hostigamiento de los agentes de la SS o de los se llaman en el relato “los capos”. Es claro también que mantiene viva la idea de libertad en todo momento, ya sea porque nota la opresión de la cual es víctima como por anhelar el retorno a ella, así lo demuestra por ejemplo el pasaje en el que intenta observar los barrios de su ciudad desde el tren que lo llevase a un nuevo campo de concentración o también, es muy ilustrativo cuando se refiere a sus compañeros que se habían lanzado al alambrado eléctrico para suicidarse, pues no juzga sus actos, no los reprocha y cree de algún modo haber visto en su propia conciencia los motivos que ellos tuvieron para hacerlo.

El motivo y la circunstancia injusta

Dice el político alemán Willy Brandt[5] “permitir una injusticia significa abrir el camino a todas las que siguen”. La frase resulta ser muy cierta si la contextualizamos con el tratamiento que estamos realizando, ya que afirma que un acto de suyo malo no puede ser mermado en nada, pues como un acto de Justicia podría ser precedente para mejores y mayores actos de tal naturaleza, la mínima maldad puede dar origen a una repetición de hechos intrínsecamente inadmisibles que queden en la más total impunidad. Son variados los casos en que podemos echar ojo al respecto, en la observación de las distintas dictaduras – nazismo, comunismo, castrismo, fascismo, franquismo- prevalecerán las de suyo sospechosas “Razones de Estado” y si desestimamos los caracteres políticos y acogemos las relaciones entre particulares se volverán todavía más feroces las motivaciones, bordeando en alguna forma lo genético, patológico, ideológico o social.
El caso de Enrique VIII y Tomás Moro, resulta ser muy llamativo en cuanto se entrelazan dos hilos totalmente distintos y forman una misma soga que será la que termine con la definitiva decapitación del que fuese el otrora Canciller del Rey. La singularidad del caso es que se identifican los motivos de Estado con los sentimentalismos monárquicos de la Corona Británica. Resulta tragicómico como una muerte está motivada por caprichos magisteriales que perfectamente se podrían haber sorteado manejando los finos acordes diplomáticos de forma más pulcra por parte de la nobleza y toda la burocracia palaciega. Cabe también preguntarse, para aquellos que no conocemos las infraestructuras – en su sentido etimológico- del poder, si esta casualidad o bien, causalidad de sucesos entre la vida personal del Rey y las ambiciones estatales es algo común o no. Las consecuencias de aquella pregunta no son menores, en cuanto si aplicamos los mismos patrones al caso de Frankl, específicamente al gobierno de Hitler, resultaría evidente que toda la organización de un Estado centralizado pareciese flaquear en algo tan exterior y subconsiderado como pueden ser las sensibilidades del gobernante, que al final pudiesen ser la misma autoflagelación de aquel sistema.
La barbarie es en sí misma una cuestión de sinrazones, pero esto también quiere decir que la sinrazón es causa de ella. Bajo esta perspectiva es mejor afirmar que la Injusticia se engendra en la misma Injusticia. Para comprobar aquello es útil observar el trasfondo histórico que rodea al campo de concentración en que habita el médico judío protagonista de la historia del “Hombre en Busca de Sentido”. Reconocemos bajo distintos criterios que el genocidio alemán fue una matanza que no tiene justificación alguna, pero cabe señalar que no por eso carece de explicación. A ella confluyen distintos factores sociales e ideológicos, además de implicancias de tipo estructural que van a formar un caldo de cultivo para el caudillismo adoctrinante de las masas disconformes. Vale decir, la Injusticia en este caso ya no sólo basta con la identificación de dos parámetros en un mismo hombre como en el caso anterior, sino que bajo esto - si es que así lo fuese- convive una multiplicidad de causas causadas que han arrastrado una amalgama de reproches, confrontaciones, tabúes, resentimientos y desproporciones que han forjado una sociedad inflexible a las razones de peso por transar a favor de pasiones ya de sobremanera cohibidas y reprimidas. Es así como la Injusticia no es que deje de existir a la vista de los hombres, pero al menos se atenúa y el derecho a no ser víctima de ella carece de valor. Si existe una Injusticia – se piensa- tiene razón de ser o en el más indulgente de los casos es el costo colateral que se debe afrontar.
Es necesario referirse a las siguientes palabras, “En efecto, en determinadas circunstancias de la existencia humana parece que el mal sea en cierta medida útil, en cuanto propicia las ocasiones para el bien”[6]. ¿Puede ser la Injusticia causa de Justicia? o mejor dicho, ¿No ha sido la Injusticia la causa de las grandes Justicias? Tomo el ejemplo de la II Guerra Mundial, que sólo tras ella se forjó y se unificó – al menos formalmente- la voluntad de lograr una común declaración por la preservación de los derechos más esenciales de las personas. Entonces, fue necesaria toda la barbarie que pasó por los ojos y la mente de Victor Frankl para modelar una conciencia temerosa del crimen de Estado o más optimistas aún, una sociedad atenta de la maquinaria estatal con la que se enfrenta.


Últimas reflexiones

De alguna manera la debilidad y la fortaleza sólo están en la connotación humana: en su misma sensatez. Toda otra afirmación me parece accesoria y oscurece el fondo del asunto, aunque también aplicada al caso singular lo enriquece. Lo cierto es que frente a situaciones que nos parecen caóticas y conflictivas lo más sabio es no sentir que se tiene el monopolio de la moral y por tanto, de la Justicia. En conclusión, se observa que la Injusticia no se percibe como un estado social o individual ajeno a las circunstancias que la motivan, lo que se evidencia es que la Injusticia es en sí la ausencia de Justicia, dicho llanamente, las causas no tienen como efecto la Injusticia, sino que el efecto propio de ellas son la falta de Justicia. Es ahí donde estriba el problema de la vialidad – en cuanto no detenemos el proceso a tiempo- y visibilidad – en cuanto ni siquiera nos damos cuenta de lo que sucede- del acto injusto, en que como no hay motivación prominente de la Injusticia, sino que la motivación atenta contra la Justicia misma y somos tolerantes de ello, pues no somos capaces de concebir de manera alguna que la tragedia de las injustificaciones crece a pasos agigantados a nuestras espaldas y que las únicas víctimas como lo fueron Tomás Moro y Víctor Frankl, terminamos a la larga siendo nosotros mismos.



[1] de Aquino, Tomás; Suma Teológica; Tratado de la Ley en General; Club de Lectores; 1949.
[2] Zinnemann, Fred; “Un Hombre para la Eternidad”; Columbia Pictures; UK, 1966.
[3] Frankl, Victor; “El Hombre en Busca de Sentido”; Ed. Herder; España; 1991.
[4] Aristóteles, “Ética para Nicómaco”; Ed. Gredos; 2000.
[5] Su nombre original es Herbert Ernst Frahm y nació en Lübeck en 1913 en el seno de una familia de profundas convicciones socialdemócratas. Se unió al SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) en 1930, y en 1933 huyó de la dictadura nazi a Noruega donde adoptó el nombre de Willy Brandt. Desposeído de la nacionalidad alemana por el régimen nacionalsocialista en 1938, colaboró con la resistencia y tuvo relaciones con los autores del atentado contra Hitler en 1944.
[6] Juan Pablo II; “Memoria e Identidad”; Ed. Planeta; Bs. Aires; 2005.