martes, noviembre 07, 2006

El Ídolo y La Democracia

“El mal es tan malo, que junto a él,
el bien parece un mero accidente
el bien es tan bueno, que, junto a él,
hasta el mal resulta explicable.”
Gilbert K. Chesterton
El Ídolo Moderno

Desde tiempos inmemoriales la historia de la Humanidad ha propuesto la idolatría como forma de búsqueda hacia lo esencial de la vida. El ídolo es definido como la “figura de una divinidad a la que se da adoración”[1]. Esta línea de conducta social se ha propagado por las distintas culturas, incluso resulta más acertado sugerirla como cimiento imperante en el origen de las primeras civilizaciones. Ha sido el motor de búsqueda de las primeras innovaciones, consolidó el estamento en la convivencia mutua de los hombres y mujeres, coordinó afanosamente cada aspecto de la vida y supo idear las formas más rigurosas de castigo para quienes lo desaprobaran.
El ídolo es y se presenta como un ente realizado, aquella idea abstracta o material que fue capaz de circundar en el camino de la resolución del misterio. Aquel misterio que hablo no debe considerarse en nada algo teológico, evidentemente la idolatría tuvo un inicio animista que luego se volcó hacia lo sobrenatural - inicios de la metafísica helénica como ejemplo - pero para este caso la idolatría tiene un carácter mucho más extenso y a la vez, mucho más concreto: lo consideraré como un concepto que se desarrolla y cambia en el tiempo. Retomando, el ídolo posee una coyuntura física extravagante para el común, esto lo hace atractivo y le da una facilidad para posicionarse. El “idolatraje” tiene esa potencialidad que lo hace escurridizo y contagioso, pues se presenta con paciencia y en ningún caso hace referencia de su propia raíz, sino se escabulle en la problemática social y se exhibe como la única posible solución. Es importante entender que su carácter no será en caso alguno de una “causal”, el ídolo es la consecuencia a una frenética búsqueda. Las religiones lo han definido como pagano, la política como caudillo y la literatura lo ha expresado como un antagonista recurrente.
En todo caso el ídolo nunca es el hombre. Éste es inferior a cualquier muestra de poder a tal magnitud. Puede estar enmascarado en un hombre, ya lo ven ustedes en la figura de Hitler y Stalin. Tiene tanto de humano, pero es inconmensurablemente más amplio en su retórica y en su forma.
Otro aspecto esencial es entender su dinámica. En inglés existe el vocablo “scapegoat”, traducido al español se entiende como un chivo expiatorio. El mecanismo de propagación del ídolo busca esta secuencia social, atraviesa hacia la médula de un grupo humano desencantado, desde allí procura enfrentarse contra la porción más desprovista socialmente hablando -no siempre supone ser la minoría, como podría pensarse respecto a Tocqueville[2]-. De esto podemos ejemplificar al pueblo judío –“Mercader de Venecia” de William Shakespeare- y hoy por hoy, se autoalude como tal, un vasto sector del mundo Islámico. En consecuencia éste se maneja con las lagunas sociales y al momento de conciliarse como una estructura sugerente para el resto ataca las grietas dejadas por el sistema imperante.
El ídolo moderno tiene una gran capacidad de permeabilizar los sectores, ocupa mascarillas y se confunde con la liberalidad existente. Cierta psicología nos propone la idolatría como parte de la estructura humana – Freud dice “….Ellos mismo son, como los dioses, creaciones de las potencias anímicas de los hombres…” – y en gran medida considero válidas estas aseveraciones si se tiene en cuenta la experiencia histórica.
Volvemos a lo mismo, el ídolo nace del imperativo social de una salida a la situación reinante. No se debe percibir a quien cae en su fango como inocente, pues aunque esta forma tan subliminal y subterránea penetre en el presente sin posibilidad de percibirla y únicamente se podrá cuantificar y cualificar sus efectos en el futuro lejano (siempre y cuando se realice una retrospectiva histórica a escala social), la amnistía no es parte del proceso de reparación post-idolátrico. La única forma de saneamiento moral para las posibles víctimas es el juicio conforme a lo establecido. De lo contrario, se abrirá una nueva grieta para un nuevo ídolo.


Historia

Para tener una mejor diferenciación del ídolo moderno creo necesario proponer en esta hipótesis la separación según la forma.
Desde la antigüedad hasta el siglo XIX podemos hablar de un tipo de ídolo. Éste se define por su carácter religioso, es bastante más conservador. De esta manera aspira a mantenerse en perpetuidad como forma dominante. No posee el dinamismo de los nuevos tiempos, pero sí una perspectiva más prolongada en las épocas: deja herederos culturales y es fuertemente castigador de quien lo infrinja. Por su naturaleza cultiva muy pocos disidentes.
Posterior al siglo XIX - inicio de las Ciencias Sociales- el ídolo tomará nuevas características. Se tornará más racional, tratará de dar menos respuesta supraterrenales. Considerará su máximo aliado y finalmente su mayor aspiración el poder político. Tendrá una evolución centrada en el presente y por tanto mucho menos duradera. No se expresará con la eternidad, sino aludirá a los cambios y no buscará modelar nuevos cánones sociales, más bien, se enfocará en regir estos desde su propia ideología.
Las primeras referencias que se tienen datan del 3000 a.C. y proviene de las culturas del Oriente Próximo - actualmente Irak, Irán, Egipto, Israel, etc. -. La Biblia desde su Antiguo Testamento ha fundido la idea idólatra del mundo: la Serpiente de bronce, se adjudica al siglo VII a.C. en el templo de Salomón de Jerusalén. Hasta nuestros días se sigue adorando, ya tenemos ejemplos tales como las religiones naturales y los cristianos mantienen las representaciones de objetos mágicos, como íconos y reliquias.
Pero el ídolo no es meramente el objeto, el ídolo se enmarca más en una concepción ideológica, por lo mismo el objeto tiene un uso que pretende acercar la enorme magnitud de su alcance.
La religión cristiana desde esta misma perspectiva tuvo un aliciente trascendental en la historia de la humanidad. En un medio politeísta y severamente castigador de quienes fueran opuestos, los cristianos supieron masificarse y cultivar una disidencia que finalmente los hizo ser aceptados e integrados al correlativo imperante (no así los judíos). Más tarde y sobre esta misma doctrina el Imperio Romano se derrumbó y sus fronteras se vieron sobrepasadas. Con esto, el cristianismo ortodoxo supo figurar como la piedra angular para la nueva sociedad. Allí se indujo a las personas al ídolo cristiano, es decir, a Dios. Duró por varios siglos y no es casual que en dicha época el rey haya sido un ornamento, habiendo dejado su poder en los señoríos. Se explica en la evolución del idolatrismo: dioses, dios, monarca, sistema.
De la misma forma para los siglos XIV y XV se afirmarán las monarquías absolutas, será el período de transición entre el ídolo teológico y el humanista. El rey encarna la divinidad por un lado -“Rey Sol”-, pero por el otro la continuidad del Antiguo Régimen.
Entonces ocurre lo que se puede denominar el hito entre las dos formas de idolatría: la Revolución de Francia. El último vestigio de la transición será Robespierre -“Reinado del terror”-. Luego de esto llegará a dicha nación una figura simbólica en la instauración de un nuevo sistema. Napoleón Bonaparte representará el primer ídolo plenamente humano y racional (Jesucristo poseía inspiraciones religiosas y los emperadores romanos estaban determinados en gran medida por los designios de los dioses).
Se dará inicio así al nuevo régimen idolátrico, basado fuertemente en el sistema y en la peripecia política. Podría profundizar la evolución de esta nueva forma, pero lo reservaré para más adelante cuando tenga que explicar su relación con la Democracia.


El Ídolo Religioso

Las religiones han propuesto la idolatría como una forma pagana y reprochable de veneración, incluso durante períodos de la historia las distintas iglesias atacaron y castigaron todas estas formas de plegaria por considerárseles degeneradoras de su fe.
Pero ¿qué es el judaísmo, el cristianismo y el Islam? Son formas más elaboradas de idolatría y sólo eso. No quiero que se me pase por ateo – aun no teniendo nada contra aquello -, de hecho me considero cristiano, pero en ningún caso podría compartir las formas antiguas de cristiandad. En esa línea dejo abierto a que se me juzgue de idólatra.
Para la religión católica existen dos ídolos (aunque no lo llamen por ese nombre): El Satán, ídolo del mal, y Dios, ídolo del bien. Uno propone que el hombre ante la vida recurrirá al mal para alcanzar su propia felicidad y el otro sugiere a un hombre que busca la entrada al paraíso por medio de sus actos de bondad. Éste remece la vida exigiendo la mejor conducta posible y para eso ha enviado el Padre a su Hijo, quien ha venido a recatarnos del ídolo del mal. Pero Satanás está siempre rondando en forma de tentación, acechando de la misma forma en que lo hizo con Eva y Adán.
El Islam tiene matices largamente parecidos al cristianismo. Se nos presenta un único Dios, Mahoma; nuestra liberación por medio suyo sólo la conseguiremos con el leal cumplimiento de ciertos mandatos (limosna, peregrinación a la Meca, la Jihad, la oración, etc.). No argumentaré que sea más radical en su postura, porque aun siendo así esto depende en gran medida de su pasado: el hecho de haber desarrollado un renacimiento que lo abriera a nuevas perspectivas[3].





Siglo XIX

Expliqué anteriormente el comportamiento que poseían las religiones respecto al ídolo, pero ahora entraré de lleno en lo que a nosotros nos respecta para este caso.
La idea de la verdad proviene extensamente del pasado y su definición ha sido en gran medida el estimulante para el florecimiento de los infinitos ídolos existentes. En la mayoría de los casos distinguir el bien y el mal resultan claramente posible, pero hay momentos en que decidir si una acción conlleva uno o el otro constituye una tarea inmensa. Cada sociedad se ve enfrentada a dichos dilemas y de esta manera, se forma el gran caldo de cultivo para los nuevos ídolos.
La nueva civilización antropocéntrica que daría inicio a los hechos acaecidos para finales del siglo XVIII hubo de legarnos una amplia tarea: enfrentarnos a dichos dilemas más seguido de lo que tal vez, una sociedad pueda concertar.
En un momento determinado del siglo XIX, surgió en Occidente una nueva manera de pensar, que desplazó la antigua concepción teológica de un bien y un mal, más aún, llegó a aceptar la inexistencia de esta dualidad. El nombre de esta particular denominación que revolucionaría la percepción del ídolo sería las Ciencias Sociales. Esta visión alejaría al hombre de la explicación supranatura y daría nuevas convenciones tanto más racionales y científicas. Ya el bien o el mal no eran temas para debatir y menos para tratar de explicar.
Esta nueva disciplina propuso que los impulsos humanos y todas las acciones que éste realice se hallan fuera del control personal de los individuos. Es decir, cada persona está condicionada por el medio en el cual está sumergida, pasa a ser un simple peón en un tablero de ajedrez. Somos simples productos de nuestra cultura; como lo dice Amos Oz, marionetas de nuestro subconsciente.
Frente a esta explicación, la pregunta que me hago es ¿y quién salva a la democracia, garantía de todas las libertades individuales, de los ídolos culturales que nos socavan y nos imbuyen estímulos que más tarde serán nuestra condena? Porque el hombre puede condenarse por seguir al ídolo, pero si la democracia flaquea en esta embestida nada reparará lo que haga la sociedad en dicho quiebre.


Cuando el Ídolo Vence

Las Ciencias Sociales se esforzaron por explicar esta nueva dimensión del bien y el mal, con el ímpetu sincero de que las atrocidades del pasado jamás volvieran a regenerarse. En otras palabras, para que el ídolo pudiese ser comprendido y por tanto aniquilado.
Se estaba pasando en cierta medida, la responsabilidad a la sociedad. Se les quiso explicar que el hombre se condicionaba a las circunstancia y por tanto ellos son responsables de sus acciones y decisiones. En el fondo, tenían que estar atento al ídolo. De la manera que se explicó, Satán y Dios quedaron fuera de los nuevos límites, la religión se detuvo en la línea del racionalismo científico. Ya no había más tareas de salvación o el conformismo por una destinación pretérita.
Pero al final, la Ciencias Sociales también fallaron. El siglo XX dio pie para los escenarios más sangrientos y crueles de la historia. La maldad despiadada se apoderó de las naciones. El ídolo irrumpió en lo más profundo de los sistemas, embaucó a sociedades completas y se hizo tan fuerte que se erigió como una superpotencia invencible. Las Ciencias fueron incapaces de detener esta máquina de odio y la democracia fue la gran víctima – secuencia: crisis del 29’ y rápida recuperación de los estados totalitaristas-.
Este nuevo ídolo logró penetrar disfrazado de revolución universal, o de idealismo, como educación de las masas, a las que les “abría los ojos”. El totalitarismo se convirtió en la redención secular para algunos, al precio de millones de vidas humanas[4].


El Ídolo y La Democracia

Para nuestros tiempos el mal se presenta en forma de una asociación, relativo en gran medida a la ideología política: los gobiernos son ineficientes, los sistemas explotadores, figuras sin rostros (empresas, instituciones y corporaciones) se sirven del mundo en beneficio propio.
En esto quiero detenerme, nótese el giro que nos presenta el siglo XX: Ya no es válida la lucha omnipresente del Diablo y el Dios, tampoco proponer la inexistencia de un bien o un mal al modo racionalista ilustrado. En este nuevo panorama el mal y el bien cobran nuevas formas, mucho menos perceptibles que antes. Entran entonces, los principios de la ética y la moral a jugar en el campo de la acción humana con una renovada fuerza (hecho avalado por el creciente número de libros respecto a este tema que se venden actualmente). El hombre está mucho más atento al ídolo imperante y trata de lidiar con los nuevos; los acepta en una forma moderada, pero teme la llegada de una nueva especie de ídolo similar al de los primeros años del siglo.
Es aquí, frente al gran temor, donde la Democracia debe cuidarse. No voy a proponer las maneras de llevar a cabo dicho proceso, eso corresponde a un análisis mucho más subjetivo y acabado. Me limitaré a argumentar respecto a qué hace tan necesario la protección de este sistema, que posee su talón de Aquiles justamente en la defensa contra el ídolo.
¿Qué fue la República de Weimar? Es el período de entreguerras vivido en Alemania. Contaba con una constitución, considerada por muchos como la constitución más perfecta de los tiempos modernos, que con la llegada de Hitler al poder quedó hecha añicos. Éste es un claro ejemplo de la susceptibilidad del régimen democrático, en un momento encrudecido por el dictamen del Tratado de Versalles y más todavía, con una crisis económica salvaje en la cual no podía llevarse a cabo la verdadera realización de dicha carta, la prolongación de este sistema se hizo insostenible. El ídolo presente en dicha situación fue el nazismo, encarnado en la figura del Fuhrer, que logró invadir toda la nación germana y que ocupó como chivo expiatorio al pueblo judío. De este ejemplo debemos considerar que el nazismo llegó al poder por medio de la misma Democracia, a través de sus libertades[5].
Otro ejemplo moderno es el ídolo del comunismo, éste fue una forma que supo alinearse con los principios morales más elevados del género humano. Apeló en gran medida a la tolerancia, a la igualdad y al mutuo respeto del trabajo. A la hora de su ejecución apuntó a diezmar cualquier forma de propiedad privada, derrumbó este principio y fue severo castigador de quienes hicieron uso de ella (muchas veces ni siquiera grandes propietarios). El ídolo del comunismo fue ampliamente más atrayente para las masas, pero también muy severo en regirlas. Ahogó cualquier forma de libertad y revitalizó la figura del dictador.
El cuestionamiento obligado de aquellas dos experiencias próximas a nuestros días es vital. De ello depende encontrar los nuevos mecanismos de defensa de la Democracia, su retaguardia es decisiva a la hora de concretar un plan de contingencia contra los falsos ídolos. Ella no puede cultivar ni albergar sus propias perdiciones. Pero por otro lado debe garantizar que todas las libertades sean llevadas plenamente y que cada posicionamiento respecto al poder que ella otorga tenga dentro de los límites establecidos una cabida que le permita su propia realización.
El desarrollo de medios de protección de la Democracia se debe hacer mediante el fortalecimiento de su estructura interna y mediante la valorización que se tenga de ésta. Nótese que el sistema democrático ha sido el más cuestionado en la historia de la humanidad, más aún que las monarquías y el totalitarismo. Esto mismo provoca un descontento general en la sociedad que sirve como agitador de la aparición del ídolo. Es justamente por eso que necesita hacer madurar su tradición y debe, aun con una fuerte oposición, velar por su propia existencia y fortalecimiento. Para los nuevos tiempos que se avecinan, hay ídolos mucho más atractivos que los décadas anteriores, poseen en gran escala la estructura de conglomerado. Por su extenso frente de penetración no posee un líder fortalecido. Algunos podrán denominarlo el Eje del Mal, para otros rondará en la figura del imperio capitalista estadounidense. Pero no sólo nos debemos limitar a ellos, son muy perceptibles y recordemos que los ídolos no se evidencian con facilidad. Lo más probable es que surjan como una respuesta a la concepción social imperante.
Actualmente la Democracia posee grietas importantes que se hace exigente superarlas. El Secretario General de la OEA ya lo planteó una vez: la integración, el crecimiento, la gobernabilidad, la corrupción y el narcotráfico son vacíos que necesariamente deben estar en las primeras prioridades de los proyectos de gobierno de cada país. Por ahí se inyectarán las nuevas dosis de idolatría. Chávez dijo cuando asumió como presidente de Venezuela – “…yo no soy la causa soy la consecuencia…”.
Otra faceta que más adelante dará paso al surgimiento de un nuevo ídolo si hoy no tomamos cartas en el asunto, será el problema medioambiental. Es una realidad que actualmente ya existen grupos ecofacistas que han derivado de las paupérrimas políticas ecológicas de los gobiernos imperantes. El dispendio de los recursos naturales insustituibles exige nuevos desafíos para nuestra prudencia moral, primero por la injusticia que supone que los países más desarrollados gasten y polucionen ciento de veces más que todos los otros y por los agudos problemas a los cuales condicionaremos a las próximas generaciones[6]. Esta problemática puede derivar más adelante en nuevas formas de quiebre político que descentrarán al hombre del objetivo principal de bienestar.
En resumidas cuentas la Democracia necesita endurecer su columna vertebral, la excesiva libertad no condiciona en ningún caso la protección del factor estado y nación. La educación en este sentido es primordial, las nuevas generaciones deben estar empapadas en el respeto al valor de la nación y al estado de derecho. No significa dejar de ser críticos respecto al sistema, sino ser disciplinado en relación a los medios que este provee para ser reformado. La idolatría es el gran mal de la historia y ahora más que nunca, cuando en la mayoría de lo países se han establecido regímenes democráticos donde la autonomía de la persona es el gran valor agregado. Se debe resguardar la continuidad de este principio y no dejar que una libertad mal administrada termine haciendo naufragar los intentos de lograr una sociedad más ordenada y participativa.
[1] Diccionario Enciclopédico Larousse; 5º edición; 1994; México.
[2] De la démocratie en Amérique.
[3] Mahadir Bin Mohamad, Primer Ministro de Malasia (1981-2003); El Mercurio, cuerpo E, página 24; domingo 20 de noviembre del 2005; Santiago, Chile.
[4] Discurso de Amos Oz al recibir el Premio Goethe 2006 en Francfort.
[5] Alemania 1918- 1939: La República de Weimar y Hitler; N. Lowe.
[6] Ética para Amador; Fernando Savater; 2004; Argentina.