jueves, enero 31, 2008

El Buen criminal



Debiendo suponer que porque hace pocos días he vuelto de un fascinante viaje desde el Perú tengo que hablar de aquello, postergaré aquella entrega para referirme a un tema que en este mismísimo instante me captura de una manera más o menos maliciosa. Leí la editorial del The Clinic la cual profundiza acerca de los crímenes y criminales más despiadados de la escena roja chilena, podemos encontrar desde asesinos en serie violadores, ladrones inmisericordes hasta alguno de los más renombrados agentes del régimen.

A partir de dicha editorial y sumado a que pude ver American’s Ganster antes de viajar me suscito a mi mismo la siguiente pregunta: ¿hay distinción entre el criminal bueno o malo o, si se prefiere, entre el ladrón bueno o malo? Al observar ciertas historias revestidas de esa atmósfera negra de la novela detectivesca – al más puro estilo Holmes- es imposible soslayarse de aquella disyuntiva que nos prueba el perfil psicológico del criminal. En una simple inspección podríamos constatarlos similares a todos (sobretodo si los miramos como entes postrados atrás de las rejas de un submundillo llamado prisión); un cariz bajo, rostros brutos, ceño fruncido, más de algún tatuaje de dudosa calidad y significado dando vuelta entre la oscuridad húmeda de algún centro penal. Todo esto sumado a la amalgama de ruidos metálicos, voces heladas y brisas contenidas en las pequeñas celdas, pero si acaso miramos más hondamente y nos preguntamos por la carilla personal de cada una de las hojas que monta el expediente del prisionero ¿qué encontraremos ahí?.

Al igual que el orgullo del tirano quien se jacta de su poder y el orgullo del rico quien se jacta de su riqueza podemos atesorar un tercer individuo –perfectamente pueden existir más- que en definitiva se jactará de su maldad. Pero incluso, queda otro grupo- más selecto- el de aquel que actúa desprovisto de ideología (no es un criminal terrorista) y también desposee maldad (no actúa movido por rabia u otra pasión exagerante). Este tipo suele ser engreído, altanero, cree cumplir su trabajo y trabajar para sus queridos, tiene vocación de religioso practicante y le es un orgullo – maquinado no- el servirle a su comunidad. En el cine el ejemplo está en El Padrino, pero nuestra parrilla criolla también es rica en estos individuos, como no olvidar el Cabro Carrera o al jefe de pandilla –suena casi como un título profesional- el Indio Juan.

El criminal bueno, si se me acepta el término y la idea, tiene su amor propio y no ve conflicto entre su rol de ciudadano y criminal, los separa perfectamente y exige que uno no entorpezca el otro. En esto el criminal – bueno- arma una estructura sociológica compleja donde la institucionalidad, las fuerzas de orden, los políticos, el ciudadano común y el pobre cumplen un rol, pero nunca los ve como medio para un fin, porque sabe del amor propio y de amor al prójimo, sino que hace uso de sus funciones sin entorpecerlas tan sólo tomando lo necesario, lo necesario para su crimen.

La ley del buen criminal termina señalando así como un decálogo de mandamientos que cualquiera de ellos deba morir en su ley, en su propia costumbre y si eso conlleva la soledad y el olvido producto de una atrocidad mayor a la tolerable, con la cual se juega en cada paso, se debe aun así pagar el costo y más, porque esa es la ley de buen criminal, de lo contrario se pierde lo único que se tiene: un trapo de orgullo y honor salpicado con sangre.