jueves, febrero 22, 2007

Reflexiones Post-Bélicas acerca un Héroe

Vi la película de Clint Eastwood La Conquista del Honor y recién terminé de ver Iluminados por el Fuego del director Tristán Bauer. La primera se basa en la batalla librada por soldados estadounidenses en la isla Iwo Jima, mientras que la segunda en la desastrosa guerra de las Malvinas. Ambos son relatos construidos a partir de aquella fibra que incomoda a la sociedad de la cual pertenecen los veteranos. Nos recuerdan la levedad de nuestras propias vidas y lo trascendente que pueden ser las derrotas. La tierra de nadie que habitan estos individuos. Retoman los prejuicios y los zambullen en mil y un dilemas, en la incontrarrestable interrogación que se haría cada combatiente: ¿por qué me convidaron a ser héroe?



No soy un pacifista activo que promulga contra la guerra: eso se puede hacer cuando se han vencido los propios demonios internos y cualquier indicio de violencia. He admirado gestas militares que me parecen tan llenas de valor como los mismos relatos de Homero, reconozco la defensa propia como un mecanismo que cualquier pueblo puede usar cuando ve afectada su propia autodeterminación. Pero, cuán caro sale esto. Me pregunto, ¿vale la pena?

El tipo que se enfrenta a una realidad tal, que se ve solo frente a una tonelada de pólvora dispuesta a desintegrarlo ¿podrá llamarse a si mismo héroe? Lo cierto que cuando se pisa el campo de batalla y luego debe regresar a casa, se lleva con sus pertrechos el recuerdo de la balacera atroz mientras un compañero le imploraba con un suplicio infernal que lo socorriesen. Ahí, sólo en aquel instante, ése que lo carcomerá día tras día, podrá apenas conjeturar si fue un héroe, si fue capaz de servirle al camarada de armas, al hombre que se atrincheró con él en la humedad del barro. Ellos no se han sentido unos héroes, tampoco disfrutaron cuando se les llamó por sendo calificativo. El peso de los recuerdos no podía estar sobre una etiqueta ficticia que seguía llevándose a sus hombres aun después de la guerra. Esto se hacía más intenso cuando la torpeza humana intensificaba la crueldad y uno, que lo ve tan lejano se da cuenta que eran chiquillos al igual que tú.

Así comienzas a derramarte por dentro, a entender sus rostros, su caminar torpe entre el lodo, con sus caras manchadas y sus ojos desmoralizados y una derrota que ya ni importa cuando la experiencia sufrida se sobrepone al olvido y se incrusta tal como una sanguijuela en la piel que desprende toda tu vida anterior.

Es la maldad de una creación humana, de una maquina hecha por sobre sus límites. La guerra no mata tanto cuando se vive, sino después, cuando ya se ha vivido. Las preguntas que asaltan son muchas y las respuesta que pueden darse muy escasas. A final de cuentas, no queda mucho más que sus madres recibiéndolos, honrando lo que pretendieron ser y sin entender mucho. Es un veneno entre quienes no lo han vivido, que lo sienten una especie de boy scout que puede relatarte las historias más inverosímiles de la guerra y le siguen exigiendo memoria. Retorna una y otra vez a desentrañar el humo que emergía del pasto húmedo, los cuerpos ya no tienen rostro, no tienen forma. Son como los metales de las armas: un par de elementos sustituibles que indistinta sea su realidad están depositados al olvido como el resto.


El héroe no emerge de un campo de batalla, ni siquiera exista tal vez. No me imagino la debilidad de quien pueda llamarse a si mismo de tal manera luego de verse en un campo de muerte, donde quedaron sepultadas sus inocencias y donde descansan sus peores maldades. El hombre de la guerra queda endemoniado de alguna forma, si no es por la propia violencia será por aquella que vivió en carne propia.

Entonces, deberá volver a su vida y unos recuerdos emergerán de su propia experiencia, pero no importará mucho porque al final todo es parte de esa inconfortable realidad que las sociedades prefieren callar.


viernes, febrero 09, 2007

Reflexiones Post-Antológicas

Ya es consabida la instancia que promueve el período estival para retomar una buena lectura; nos propicia de días libres, calma y largos momentos de ocio. Las lecturas pueden ser variadas: abundarán los best seller –entiéndase no sólo en la extensión peyorativa, sino también en aquel pequeño esfuerzo del autor que es retribuido de buena forma por el mercado-. El Fantasista e Inés de Alma Mía serán los representantes nacionales, por los latinoamericanos Vargas Llosa llevará la batuta con sus Travesuras de la Niña Mala y desde más lejos llegará El Inocente, Harry Potter, todo lo que suene a Pamuk y cómo no, El Código de Da Vinci. Lecturas buenas o malas, no lo sé, pero al fin y al cabo lecturas.

Lo que respecta a mí, diré que me lancé por un camino más intrincado del cual pude salir a paso cojo y con ciertas dosis de paranoia. Cierto es que la poesía en sí ya constituye un género oblicuo y desproporcionado, el más de todos. No tiene la linealidad de la novela ni la iconografía del teatro y menos una síntesis reflexiva de argumentos claros como el género ensayístico. Serio esto de meterse en poesía durante el verano y peor aún cuando se pisa el palito: poesía chilena contemporánea. Reconozco que fue un acto de arrogancia cultural, pero también una invitación innegable de mi profesor, una enorme muralla que puso él y que si finalmente la traspasé fue dejando un enorme hoyo en su centro.

Me sirvió, es cierto, pero al aguante de una pesada mochila. Finalmente pude hacer discriminación entre los que me fueron atrayentes y aquellos que pretenderé no retomarlos hasta pasado algún largo tiempo. Esto no por una simple regalía de lector, sino literalmente porque no los comprendí. Su búsqueda, muy legítima, me llevó no por el goce que se espera de la lectura de un buen poema, sino por la resignación de quien no entiende ni la cuarta parte de lo que acaba de leer. Corroboré además, que mis dudas son las mismas que inquietan o inquietaban a muchos poetas: lo cerrado del círculo que sólo se permite escribir para ellos mismos, la disyuntiva entre expresarse y ser entendido, los cánones a seguir, poesía y mercado, la continuidad del género, etc. Que esta discusión sea actual o no, dependerá justamente de la capacidad que tengamos de entenderlos a ellos y a quienes los influyeron, sólo así podremos generar un debate amplio en torno a qué queremos ver en la poesía y no limitarnos a debatir respecto a quién será en última instancia el que se quede con los manuscritos de Gabriela Mistral.

Mención aparte merece la panorámica que no se debe soslayar respecto a como se encumbran en sitiales inalcanzables algunos autores, mientras otros mueren en el más amplio de los abandonos. Neruda, Mistral, Parra, Huidobro, De Rokha son los pequeños mundos y bajo ellos se sitúan todos los demás. Les pesó eventualmente - con menos dificultad a los más actuales- esa carga de prestigio y lectores que poco se interesaban por transarlos. Aunque debo ser franco: están por sobre el resto y eso es así. Neruda es una eminencia en la expresión latinoamericana, Parra se hace cargo de abofetear a cada uno de los tontos solemnes, Mistral debe conocerse más allá de sus cantos infantiles y se entenderá el universo maternal que proponía, Huidobro es vanguardia y aquello sirve para sucumbir a gran parte de los que intentaron hacer avanzada por aquellos años y De Rokha es poesía de Chile en lo más extenso de su creación.

La antología que me hundió en el ribeteado mundo de la lírica nacional del siglo XX además contaba con una seria de ensayos, los cuales me sirvieron como una especie de limpia parabrisa para despejar esta intensa lluvia de metáforas y subjetividades. Desde la Mistral proponiendo que el pecado original no es más que “nuestra caída en la expresión racional y antiarrítmica”, hasta una entrevista de Benedetti a Parra comentando la candidatura de Neruda a la presidencia de Chile, todo aquello sirvió para esclarecer el panorama de la poesía chilena. Con este ejercicio, que por cierto tiene mucho de doble filo ya que tendemos también a alejar a los más novatos en el tema, nos vamos dando perspectivas. Empezamos a entender por qué la violencia entre los círculos literarios, la razón de su enmarañada poesía, el ego del artista y cuánto tabú exista dentro de los mismo genios creadores.

Si de algo sirve propondré mis gustos para cerrar esta edición bloguera – palabra de moda-.
Leed ante todo lo más general de los “grandes”, de ahí sácale jugo a Dublé Urrutia, Pezoa Véliz, Jobet, Rivera, Lihn –olvídenlo en prosa-, Valdés y Tellier. Sigan luego con lo más selecto de Prado, Valle, Arteche, Rubio, Castro, Barquero y Hahn. De ahí, cuando hayan leído mucha prosa acerca de la poesía y sean eruditos, o bien, si les causan algo el resto, léanlos. Yo al menos, con no mucha experiencia pero con más que varios no me atraje. De otros será pega darles un sitial en sus preferencias o explicarme a mí como disfrutarlos.