sábado, junio 23, 2007

Reflexiones de la Universidad


Es interesante echar la vista atrás y ver aquello que nos ha pasado vertiginosamente en tan poco tiempo. Es casualidad, es mérito, es el transcurrir mecánico de nuestras decisiones, no lo sé. Pero sin duda el cruzar el umbral hacia la hermosa institución universitaria que hoy me acoge ha sido una experiencia iluminadora en varios sentidos.

El peso intelectual de tus propios compañeros, la solvencia del debate gestado, la sabiduría de muchos profesores resultan ser las herramientas que el conocimiento nos provee para encontrarlo y además, para encontrarnos. Yo no soy nadie para calificar a una institución y menos a una persona, pero quien sepa lo que es una buena universidad sabrá distinguir entre un buen y mal alumno.

Los dos ejes centrales de la vida universitaria – tomada en su sentido más extenso- son la investigación y la docencia. Ambas propician una simbiosis positiva, que se traduce en resultados renovadores a partir de la observación crítica del discípulo y la conclusión erudita y de por si misma difusiva del trabajo intelectual.

Decía por ahí alguien es ésta la única posibilidad que tienen de entrar de lleno a pensar su propia sociedad, es ésta la oportunidad de hacer aquello un modo de vida que cada uno sostendrá de la forma que más le convenga. Ciertamente, lo creo así. No quiero parecer idealista, pero si así fuera no lo negaría. Hoy más que nunca nuestro esfuerzo debe orientarse hacia el conocimiento, hacia las verdaderas ansias de saber más y mejor. En la pornocultura que nos encontramos debemos ser capaces de rescatar aquello que nos nutre, diversificar todas nuestras capacidades, compatibilizar nuestro carácter especulativo con aquel sentido práctico del cual todos y cada uno poseemos. Son aquellas las máximas y a la vez, las bases de toda sociedad moderna.

La fuerza de la lectura, la agudeza de un buen debate, la placidez de la tertulia, el saber líquido y puro de una buena memoria son opciones que cada uno puede optar, a las que cada cual puede adherir con su propia y única voluntad.

Necesitamos la esperanza y el idealismo que la ambición del saber trae arrastrando consigo, porque aquel que aspira desde su voluntad y libertad a descubrir las verdades incrustadas en aquella mina profunda llamada ignorancia, siempre sabe a su vez -aun cuando lo niegue- que es por una inconformidad crónica y absoluta, que no le permite quedarse reposando.

Este nuevo mundo, o bien, universo se abre majestuoso ante aquel voluntario inocente pero idealista que pide a gritos dar con renovadas y mejores verdades, aquellas que lo despojen del incierto acostumbramiento a no dar con nada más que lo establecido.