viernes, marzo 10, 2006

Juventud Causa, Adultez Consecuencia

"Siempre se repite la misma historia: cada individuo no piensa más que en sí mismo"
Sófocles

Conflictivo por decirlo menos, casi me es alarmante pero no alcanza a serlo (aunque debiese). Así me hacen sentir las conclusiones que estoy desarrollando por estos días. Tengo la sensación de que nosotros, los jóvenes, estamos castigados por la sociedad, condenados a ser la consecuencia. La causa es clara: el medio, una globalización energizante, adrenalínica, con dosis fuertes de paranoia y otro tanto de catarsis. El problema pasa por ahí, desde muy cerca, el ritmo seco y pulsante de una vida agitada donde el lema es “todo urgente pero nada importante”.
Nuestros padres son herederos de una vida donde las comodidades cotidianas no existían y tuvieron que lidiar con los pocos avances tecnológicos de su época. Eso los marcó. También fueron recibidores universales de épocas duras, de enfrentamientos políticos, de sentirse sudacas, de abanderarse por una idea (la que creían menos sucia); así fueron comiéndose el pasto seco de un lapsus en la historia donde se produce el quiebre entre lo mecánico y lo digital, entre lo eterno y lo instantáneo, entre la obstaculización y la accesibilidad, entre ellos y sus hijos. Se aprendieron a maravillar, ya estando viejos, con los nuevos aparatos: la televisión, el computador, el CD, el Internet, los celulares, etc. Supieron guardar distancia, sabían que eso no les correspondía del todo, ahí los dueños serían sus hijos. Y se hicieron expectativas, lo vieron todo más fácil de lo que les había tocado a ellos. Entonces se decidieron a trazar planes: una carrera, una posición, esfuerzo, dinero, reconocimiento. Allí nos querían, allí correspondemos. Pero pasó algo, su tarea quedó incompleta. Se llenaron sus cabezas de máquinas, chips, pantallas, parlantes, tuercas y botones… Aún no lo saben, les faltó cariño, respeto, virtud, sencillez, simpleza y pausa.
Comprendí esto hace unos días, cuando mi padre me dijo con un tono grave pero más sincero de lo que muchas veces le he oído: “tu generación va a ser la de los materialistas, individuales y competitivos”. Quedé pávido, con frío en las vértebras y con un aire de cierta injusticia. Él había sido claro, preciso y conciso. Nuestras vidas han quedado trazadas en estadísticas donde no somos más que cifras, a eso nos debemos. Seremos la generación de estrellas, el problema será que nos gustará brillar más que otros, alumbrar tanto para que la luz de nuestros semejantes sea invisible, sólo querremos ser vistos nosotros. Será, tal vez, una dictadura: la del Yo.
Hoy se respira eso entre nosotros, lo vemos a menudo pero no lo aceptamos. Será un tabú de los próximos años, se usará un eufemismo tal como “el mal material de herencia”. Ya estamos tratando de ser los mejores, apurados por nuestros años. Si tienes 18 y estás en el colegio eres un atrasado, ¡nótese!, un atrasado; ¡¿de qué por favor?!: al fin y al cabo nadie puede decir eso. En todo caso, mejor ser atrasado y tener mil años por delante que un apresurado que a la vuelta de la esquina se verá hecho cadáver.
Hemos conocido una anestesia, en verdad, bastantes. Suenan mucho en todas partes, se discuten en los gobiernos, ONGs, nuestros padres hablan bastante de eso y otros no hablan, simplemente se enriquecen. Nuestras ataduras quedan hechas añicos, las presiones desaparecen como el aire de un globo pinchado, todo lo que gira comienza a dar botes. Y es tanto el ahogo, que nos dejamos engañar puerilmente por una falsa idea de quiebre, nos cocinamos en una forma enmarañada que nos seduce para luego excitarnos cuando la probamos. Estoy hablando de la droga, de aquel realismo mágico que nos transporta al Edén, nos hace imaginar huellas infinitas hacia la felicidad pero que cuando está en la gloria de una paz imaginada y de un cielo inexistente, desaparece lo bello dando paso a un mundo oscuro con olor a alcantarilla y a escombro húmedo. Así nos vamos envejeciendo por dentro, con las caras sonrientes a un sistema decapitador, anoréxico y surtidor de venganzas placenteras. Conocemos el cinismo y la hipocresía, nos permiten poner la mejor cara para actuar que somos felices. Entonces viene lo más lindo de todo, nuestro último salvavidas: nos apegamos de lo fácil, de aquello que nos es sin valor. Nos enamoramos de la vanidad, del dólar verde y fresco, buscamos lo mejor preocupándonos de refregárselo en la cara a alguien. En consecuencia, nos ponemos autocomplacientes con nosotros mismos, arrogantes con terceros inexistentes. Se nos hizo elegir un dios por no podérsele adorar a todos, terminamos sirviéndonos de el Dios verde con varios ceros a la derecha, ese que nos es útil, nada más.
Entre consumación que hago, pienso que tal vez, aunque no lo queramos, viviremos muchos años más pero envejeceremos jóvenes. Habremos dejado la estela de una juventud fugaz, se nos acabarán los ideales al quedar postergados con nuestras preocupaciones personales. Espero equivocarme, pero moriremos tal vez sin habernos caído en la calle, sin robarnos un libro para leerlo con el santo placer de una bondad escrita sobre un acto malditamente benigno, no habremos bebido café del fuerte, tampoco sabremos la mejor forma de mentir, dejaremos de lado enamorarnos y también, procrearnos, en fin, seremos unos egoístas.
No crean que escribo todo esto con persistente y mal intencionado auspicio. No soy profeta. Digo, en forma de consuelo, que son mil y unas las posibilidades de nuestras vidas, mil una son las posibilidades que me equivoque. Pero, como dijo alguien, algo me huele mal en toda esta historia. Siento venir una construcción débil, algo como una Torre de Babel que no sabremos llevar a destino. O algo como el cuento de los tres chanchitos, nuestras vidas se construirán sobre material ligero; no habrá un cemento mezclado con sentimientos y virtudes, eso nos hará tambalear y ponernos viejos. Pero como dice el cuento había un tercer cerdo que hizo su casa de ladrillos y cemento, le dio mucho trabajo y malos ratos. Pero al momento de sucumbir frente al viento que hizo soplar el lobo, resistió. Tengo fe en aquellos que harán sus vidas más fuertes, sus pilares más firmes y podrán albergar a otros cuyas vidas hayan naufragado en el éxtasis de algo que nunca fue.
En estos tiempos donde no nos escuchamos, donde habitamos mezquinos, donde la vida se nos pasa y nos quedamos al lado del camino, prefiero yo intentar luchar contra todo lo que me es esquivo, perseguir algo y tropezar si fuese necesario, retrasarme para descansar un minuto y ver a otros, corriendo a lo lejos, como me dejan el camino despejado. Espero permitirme ese placer de las cosas simples: las sonrisas inesperadas, unas manos suaves, el viento en la cara, la estrellas noctámbulas, las noches de verano descalzo, el invierno con una rica taza de café, el trabajo dedicado, un cigarro sin apuro, un beso sin motivo (esto último me recuerda a Miguelo, personaje en un cuento de Fuguet).
Aquí termino y nos los abrumo más. Tengo fe, como ya dije, en aquellos que queremos hacer algo distinto. Pero saben de quién espero mucho más, de nuestros hijos. Ellos comprenderán el martirio de nuestras vidas, lo roñoso de los años trabajados, creerán poder cambiarlo y, sin duda, lo harán. Estarán tan preparados como nosotros pero no se olvidarán que también hay que dejar, cuando sea necesario, escaparse con los sueños, reinventarse entre los colores poco claros de la vida. Como lo dije hoy en clases de filosofía: “Sabrán distinguir que la vida no se camina sobre una montaña árida en medio de una tormenta, donde no queda otra cosa que escalar y esperar llegar a la cima; la vida es, en cambio, más serena y frágil. La vida es como un valle plano y tupido, donde hay que caminar lento para poder encontrarse con lo bello de él, con sus ríos y animales, con su luna y con su sol”.

13 Comentarios:

Blogger MyM dijo...

My dear Miguel, tendrás que permitirme el derecho de disentir (sí, tan pronto) con la exactitud de la palabra catarsis. Ello tiene más que ver con una experiencia sensorial colectiva en la cual, for lack of a better phrase, se alcanzan 'nuevos niveles espirituales'. Por lo tanto, tiene una connotación más positiva que la que pareces darle. En esa misma línea, el medio en que vivimos carece de las catarsis necesarias para poder gatillar procesos de búsqueda personal a nivel colectivo. Un poco lo que comentaba en lo último que escribí (perdón por citarme a mí mismo): mañana es un día en el cual la Historia (con mayúscula) está más cerca del hoy, y eso que va a pasar cuando la gente vea a Bachelet recibir la banda presidencial y cuando salga a saludar por el balcón de la Moneda, eso va a ser un momento catártico, taumático.

Moving to something else, el hiperdesarrollo de la tecnología hace parecer que la época de nuestros padres fue poco avanzada, pero es sólo por un contraste dado el alto nivel que existe hoy. Hace treinta o cuarenta años había acceso a tecnología como nunca hasta ese momento. Pretty much what's going on now. Ahora bien, el hecho de que estemos 'perdidos' no es por el influjo (positivo o negativo, no lo sé) de la tecnología sobre los adultos y el cambio de planes que pueda haber ocasionado. Si bien hay un abandono, es también por el efecto de la tecnología en sí. La técnica es aquello que facilita el accionar, distanciando al ser humano del involucramiento más físico/mental (esfuerzo) necesario para operar.

A pesar de que tu tesis acerca de la futura dictadura del Yo no es tan elucubrada, me gustaría hacer un matiz. La humanidad viene embarcada en una 'espiral de decadencia (exponencial)' (término bien grande, pero ando poco creativo para hacer neologismos que sinteticen) hace ya un buen tiempo. Y, lamentablemente, no parece haber señales inequívocas de que vaya a cambiar el curso de eso que llamamos Mundo o Humanidad de aquí a un tiempo relativamente corto. Me da la sensación de que papá se equivoca al decir que nuestra generación va a ser la de los materialistas; su generación y las que están antes de nosotros ya van en ese camino o han llegado a lugares similares.

No obstante, el individualismo como expresión de la valoración personal e independencia del resto no es tan negativo. Somos, innegablemente, seres diferentes y responsables de nosotros mismos; no podemos existir por la otra persona por más que queramos responsabilizarnos de lo que haga. Claramente el individualismo ha derivado en autoutilitarismo, pero es una clave esencial de la autogestión el saberse como único responsable de la planificación y ejecución de un proyecto de vida. Tengo la noción de que en el próximo tiempo la capacidad de formar unidades colectivas y funcionales de trabajo va a ser clave para poder llegar al 'progreso'.

Llegando ya al último punto (obvio lo de la droga porque es sencillamente ineludible: es un perjuicio obvio para tu propia integridad en la gran mayoría de los casos. A mi juicio, las substancias psicodélicas son las únicas con un posible uso positivo), la vida en sí es una cosa tan multiforme que existe la posibilidad de que muchas visiones den en lo correcto. De repente la vida no es más que vacío y abismo, a veces es una planicie para caminar lento o bien puede que sea momentos agradables a costa de falta de lucidez. So on and so forth. Es una experiencia abrumadora, que exuda realidad por todas partes, que exuda fenómenos por todas partes, que exuda dolor por todas partes y que exuda belleza por todas partes. La negación total del eterno retorno y la apuesta máxima. Y puede que en el camino te encuentres con gente que piensa en las mismas cosas que tú y que percibe las cosas de la misma manera. Si eso sucede, entonces uno tiene la gran posibilidad de empezar a buscar maneras distintas de percibir, de operar.

Existir de manera distinta
ahí está
pero qué desafío
más irrealizable!

Saludos

5:50 p. m.  
Blogger Geopolítica dijo...

De Gabriel Celaya: Momentos felices

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,

y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?



Saludos.

8:03 p. m.  
Blogger Miguelius dijo...

Hola Matías,
He leído y releído tu post. Me parece que hay puntos del texto donde logramos consenso, aun cuando en su mayoría discordamos.
Sobre "catarsis" esa fue mi intención. Tal vez descontextualicé un poco pero por ahí iba el cauce de mi escribir.
Creo que la generación de nuestros padres posiblemente sea tan materialista como nosotros, la diferencia fue que ellos nacieron sin la brumosa presión de "ser alguien" o de "poseer algo". Por ahí va la distinción, nosotros mutaremos esa desvirtud, la asimilaremos querámoslo o no.
Finalmente, para no extenderme tanto, no creo que el individualismo sea parte esencial de ser capaces de formar una vida. Puede que este sentimiento vaya en consonancia con aspectos religiosos de mi persona. Quien recorre sus años sin hacerse íntegro de otras personas no deja huellas ni siembra árboles, tan sólo pasa.
Un Saludo.

P.S: Admiro tu vocabulario, bastante dotado de términos que desconozco. Me obligaste a usar diccionario.

7:21 a. m.  
Blogger Verso dijo...

Retratas con claridad la sociedad actual, lo que describes se puede extrapolar a cualquier pais, lo que me sorprende es tu edad, aprecio una gran madurez y eso me satisface plenamente. Aprovecha el momento de bonanza económica y disfruta, yo pertenezco a la generación de tus padres, tú eres el futuro y por lo que leo, estás muy capacitado para darle un giro y hacer que tu vida sea plena.

12:47 p. m.  
Blogger Silvia dijo...

Hola ,Miguel:
Totalmente de acuerdo contigo. Yo, que me dedico a la enseñanza, y también pertenezco, por edad y experiencias a la generación que describes, puedo ver día a día ese egoismo que describes.
Nuestros padres vivieron tiempos difíciles. Aquí en España, por ejemplo, sufrieron la falta de libertad de una dictadura. Cuando llegó la democracia, todos lucharon por una vida mejor, y quisieron evitarnos el sufrimiento y la decepción que ellos habían sufrido. Cometieron un terrible fallo con ello, pues nos han vuelto inseguros y egoistas. Opino que no debe evitársele a los hijos todo sufrimiento. Es bueno que se den cuenta que en la vida las cosas cuestan para que verdaderamente las valoren.
Yo he hablado con madres excesivamente preocupadas por sus hijos, tanto, que ni siquiera les dejan la libertad de salir a la calle y jugar, por miedo a que algo les pase.
Claro, cuando crecemos, y nos tenemos que enfrentar solos a la vida, tenemos miedo, pues es la primera vez que damos el paso solos.
Por otra parte, están los niños que yo llamo "objeto". Me explico; los han tenido, porque queda bien tenerlos, pero en realidad estos niños son como objetos decorativos a los que no se les presta la mínima atención. Los padres están demasiado atareados con sus trabajos y para compensar los llenan de regalos y caprichos, rara vez los regañan, pero no les dan la atención y el amor que verdaderamente necesitan. He observado madres/ padres en los parques que son observadores pasivos de como sus hijos agreden a los demás y no mueven un músculo por regañarlos. Claro, es más cómodo dejarlos hacer que preocuparte de explicarles que las cosas no son así.
Nos han enseñado ideales equivocados: el triunfo, el dinero...
Recuerdo cuando en un curso (6º de primaria) expliqué el sistema circulatorio y les hablé de los donantes de sangre. Un niño me dijo:- ¿Y me van a pagar algo por donar?. No-le dije yo- ese es un acto voluntario y altruista. Pues entonces no donaré- me contestó él...
La educación es básica, y como tú dices, Miguel, debemos educar correctamente a nuestros hijos, y ello no implica facilitarles todo y llenarlos de caprichos, es enseñarles valores y dejar que se equivoquen y a veces sufran. Sólo cuando experimentamos solos y cometemos errores, aprendemos.

Para finalizar decir, que con gente como tú hay muchas esperanzas de un mundo mejor.
Un abrazo

2:34 a. m.  
Blogger Wenuan Escalona dijo...

Me sumo a la discución, desde mis colores habituales:
Creo que hoy, aún en este país lipoaspirado de su memoria histórica, con toda sus tendencias al chorreo institucional de la amnesia, y su vocación de maquillador del verdadero acento y color de este pueblo, se puede encontrar la felicidad.
Es cierto que como hecho màgico-cotidiano, ésta ronda en las cosas simples, brotado ciertamente de la espontaneidad irreflexiva y diversa, pero creo que conformarse con esta versiòn 2.0 de felicidad, es hacerle un flaco favor a nuestra inteligencia y espíritu crítico, incluso a nuestra capacidad de escribir y ocupar estos espacios ( por ahí un lúcido sr. lo plantea) como forma, al menos, de cuestinar las lógicas estructurales, y salir al paso, obligando a la discución, de esta verdad impuesta.
Existe la felicidad descrita anteriormente, y no es malo que exista, no me mal interpreten, pero creo que los esfuerzos deben estar enfocados a develar y repartir una felicidad mayor que subyace, y que nos pertenece a todos como personas, como seres, una felicidad que se desprenda de la consecución de la dignidad; pienso que hoy por hoy, estamos muy lejos de esto. Es en este sentido amplio, ligado al derecho absoluto de las personas a ser felices, sobre todo aquellas históricamente postergadas, que me hace sentido la discución que abre el sr. Miguelius en su texto, por que, entiendo, trata de referise a problemáticas menos obvias, la de las mentalidades, la de los valores (léase también antivalores) que hoy se reproducen como necesarios, plausibles y correctos. Yo aborresco la "felicidad" etiquetada con código de barras, la que solo se consigue con plata robada del oro, los pinos, y el cobre de nuestra patria. Tengo la convicciòn de que es preciso hacer mucho más en esta verdadera "guerra de las ideas". Aportar en este camino, es responsabilidad de todos, yo, alegremente intento asumir esta labor.

9:54 a. m.  
Blogger SaraMR dijo...

Gran análisis el tuyo. Me fascina la forma que tienes de escribir y tu madurez, amén de la gran claridad con la que has percibido todo esto, a muchas personas le cuesta años el lograr esa amplitud y profundidad de miras.

Quisiera poner una nota optimista en todo esto, porque la verdad es como la hiel, sabe muy amarga. Aún hay gente joven que se para a contemplar la vida, que no dejan que la visión del bosque les nuble la del árbol. Te lo digo porque aunque es cierto que una gran mayoría de los jóvenes es así, rascando en la superficie estoy segura de que hallarás a otros muchos que no.

La verdad no nos libera, pero nos hace más conscientes de lo que vivimos, y de ese modo, a mi juicio, lo que vivimos lo aprovechamos más.

Un abrazo.

2:41 p. m.  
Blogger MyM dijo...

Miguel y conlectores,
Claramente, hay diferencias entre nuestra generación y la anterior. No obstante, hay puntos en común que vale la pena no dejar de hacer ver. Tengo la sensación que nuestros padres sí tenían en mente lo importante que era 'ser alguien' o hacerse un nombre. No pocos fueron la primera generación en ir a la universidad y eso ya es una gran carga que determina hacia dónde se trata de armar un proyecto personal de vida.

Ahora, como lo señala otro lector, (Wenuan, pero no sé cómo es que se llama) hay una especie de derecho a la felicidad. Sin embargo, ello también implica negativamente el derecho de no ser felices, de no tener que 'estar bien'; de la misma manera que el derecho a la vida debe (o corrijo, debiera, pues no es una noción que esté totalmente arraigada en el ideario colectivo) implicar el derecho a disponer de ella como mejor le plazca a uno siempre y cuando ello no represente una vulneración de la libertad de otras personas. Por lo tanto, a pesar de que uno, desde una perspectiva más bien tangencial, pueda afirmar que la vida de una gran mayoría de personas no lleva a la felicidad, tal vez para esas personas esa ES la manera de 'ser felices'. Allá ellxs; la felicidad es un fenómeno y no un estado.

Puede que el error esté en el fondo, no en los medios. Esto es, la búsqueda de la felicidad plena, por medios efímeros y bastante superficiales, entrando en dinámicas frívolas o bien haciéndose parte de un metaproyecto de inspiración 'noble' o 'justa', todo con el fin de llegar a un estado semi beatífico, en el cual nada malo puede pasar, eso, my dear fellow(s) es una huevada de tres metros.

Lo que sucede es que hoy ya no es tan fácil recurrir a las grandes excusas de la historia para pensar lo contrario.

Saluts

5:12 p. m.  
Blogger TiaPaola dijo...

Va aser la primera vez en ke no leeré tus admirables comentarios , porke la verdad el corazón intento fortalecerlo en medio de los bellos recuerdos ke guardo de alguien ke ya no estará "físicamente" conmigo.
Visitame y sabrás de ké hablo

11:44 a. m.  
Blogger Natho47 dijo...

Sofocles tennìa mucha razòn ,es cosa de ver a nuestro alrededor.

10:36 a. m.  
Blogger xwoman dijo...

"los jóvenes, estamos castigados por la sociedad, condenados a ser la consecuencia"
Es fuerte y real...pero me encanta que la juventud hable!!
No pares!!
;)

5:57 a. m.  
Blogger Geopolítica dijo...

Refresh!

12:21 p. m.  
Blogger Tábano Socrático dijo...

Buena reflexión; felicitaciones por la cortesía de la claridad...

3:56 a. m.  

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