La Rueda de la Revolución Sometida
“Toda historia no es otra cosa que una infinita
catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible”
Italo Calvino
catástrofe de la cual intentamos salir lo mejor posible”
Italo Calvino
La Historia de América es la historia de quien se somete. O más bien, de quien se ve obligado al sometimiento. Y si bien la Literatura no es nunca la primera fuente para el conocimiento histórico, sí resulta un referente iluminador en cuanto expresión propia de las culturas respecto de lo que son y lo que hacen. Bajo esa perspectiva, la novela de Alejo Carpentier “El Reino de este Mundo” ilustra una visión particularmente acertada sobre la manera en que se constituye la Historia de nuestro continente. Por tanto, a través de la novela, daremos nuestro particular juicio acerca de la naturaleza de la Historia (americana y universal) y la revolución como proceso histórico, cíclico y ‘continuo’.
Antes de proseguir con cualquier análisis relativo al libro, es imperativo familiarizarnos con los marcos históricos relacionados con el mismo: en qué época se dan los hechos y en cuál se escriben. En primera instancia, la novela nos lleva al Haití entre los siglos XVIII y XIX, plena época de Revoluciones y procesos independentistas americanos. Estados Unidos, Francia, Argentina, Colombia, Venezuela y Chile son todos países que enfrentan tiempos de agitación política (mayor o menor según sea el caso), que los llevan, en definitiva, a cambios que van desde emancipaciones radicales o deposiciones de gobernantes a reformas más tibias y señales tímidas de independencia.
Por otra parte, el contexto en que Carpentier escribe “El Reino de este Mundo” es el de la descolonización posterior a la II Guerra Mundial. Los países de Asia y África (y América en menor medida) atravesaban por duras luchas apuntadas a terminar con el dominio de las potencias europeas en la zona. Casos como la India, el Congo, Egipto, Argelia, Vietnam o Camboya dan una muestra clara de las diferentes maneras en que se abordó esta ‘segunda emancipación’ a nivel mundial (yendo desde la no violencia hasta la instauración de socialismos de Estado unipartidistas).
Ambos casos dan muestras del fracaso que tiene, a fin de cuentas, el proceso revolucionario. Por una parte, el siglo XIX fue un siglo que crecientemente favoreció a la aristocracia y la oligarquía, sin un beneficio real para la masa que se reclutó y participó de la Independencia. Los ideales de Libertad y Democracia se dieron en un plano reducido para la clase dirigente, y no para el pueblo, como se suponía que debería haber sido. Volviendo al siglo XX, todos los nuevos Estados nacionales que se desvinculan de las potencias coloniales se ven envueltos en la desorganización posterior a la emancipación; asimismo, se ven forzados (más o menos explícitamente) a elegir uno de los dos bloques en pugna durante la Guerra Fría. A pesar de haberse conformado en el Movimiento de los No Alineados, cada país adoptó posturas que favorecieron a EE UU o a la URSS.
De esta forma volvemos a una de nuestras ideas principales: la revolución es un proceso que se muestra incapaz de lograr en la realidad los propósitos fijados por sus ideólogos. Su aplicación deviene, eventualmente, en un tipo diferente de status quo; la vida cotidiana no se ve mayormente alterada. Lo anterior tiene que ver, principalmente con la condición falible y corruptible del ser humano. Paralelamente, constatamos que (particularmente en América) nos vemos relegados a aceptar un dominio ‘extranjero’, una fuerza que logra influir inevitablemente en nuestro diario actuar y en nuestro devenir histórico.
Ya claro esto, podemos hacer una aplicación de estas ideas a los hechos presentes en la novela, distinguiendo primero el proceso que en ella ocurre y después el ideario que podemos recoger a partir de lo que sucede en el libro.
Considerémosle desde dos perspectivas: la de Ti Noel, su protagonista, y la de la doble revolución presente en el pueblo de Haití.
Carpentier nos muestra un personaje enfrentado a los llamados de su tiempo. Se mueve, oscila, atraviesa los sucesos de su comunidad más como un espectador (tal como es el autor en el proceso de escribir la novela, como nosotros los lectores) de la historia, que como protagonista determinante de la misma. Si nos imaginásemos la historia como un tren, él es tan prescindible como uno de los miles de pedazos de carbón que hacen mover esta gran locomotora. Entonces ¿quién es finalmente la caldera de esta máquina? En primera instancia se puede mencionar a Mackandal, mandinga que ha podido desarrollar la capacidad de transformarse en distintas bestias salvajes para escabullirse de sus perseguidores.
Pero pensémoslo desde otro punto de vista; Mackandal es tan sólo el agitador de un movimiento que implica y requiere irrevocablemente del colectivo y de la conjugación de voluntades hacia un fin (el bien común, la felicidad, la revolución, la democracia, el comunismo, la salvación, etcétera). De esto se sigue que a pesar que Ti Noel no sea un elemento crucial en el acontecer de la historia, ni Mackandal tampoco lo sea, sus esfuerzos como miembros de un todo (comunidad de esclavos) es vital no tanto para el triunfo, sino para la misma existencia de la revolución.
A pesar de lo obvio que nos puede resultar la asociación de una de nuestras propuestas - la idea de la historia de América es la historia de los sometidos - y la condición de esclavo de Ti Noel, nos parece necesario profundizar acerca de este hecho.
Haciendo un recorrido breve por los hechos de la novela constatamos los siguientes puntos:
En primer lugar reflejada a través de figura de Lenormand de Mezy (su dueño), quien en la muestra más típica y menos atractiva nos empieza a introducir en la siempre existente forma de dominación ajena. Trasladando esto a una situación posterior en el relato percibimos nuevamente el sometimiento de Ti Noel, ya no por una raza distinta sino por uno de su misma comunidad, Henri Christophe. Finalmente, luego de pensar que el protagonista había alcanzado la liberación última, ha de caer a la primitiva y más básica forma de subyugación; esta vez no son los actos humanos los que ejercen influencia sobre Ti Noel, termina tras todo lo anterior dominado por el infinitamente superior peso de la historia de los gansos.
Entonces la tesis no se equivoca, el hombre deberá resistir el peso del poder y por tanto el peso de su tradición. De esta manera todo acabará en sometimiento, pues si nuestro género con siglos y siglos de evolución no ha podido enfrentarse ni al juramento de la libertad de un ganso, es claro que poco o nada hemos logrado en este ‘avance’.
Ahora pasemos al segundo punto a discutirse: la doble revolución haitiana. La primera, del esclavo contra el hombre blanco, y la segunda, la del hombre negro contra su propia raza.
Podemos afirmar que el hecho desencadenante de esta enorme batahola ideológica fue la mismísima revolución de Francia y la llegada a la isla de dichas noticias imbuidas de los ideales de Liberté, Egalité et Fraternité. Esto despertó en los esclavos, con más entusiasmo que conocimiento, la necesidad del alzamiento frente a años de sumisión.
Y así comienza este ir y venir de situaciones que por el salvajismo de una raza oprimida y por la ignorancia de esta misma se transforma innegablemente en un suceso de inusitada violencia y de un generoso derramamiento de sangre. Entonces, la pregunta es ¿aquella será la verdadera manifestación del hombre libre? ¿Es el sometimiento la única forma de contrarrestar la vorágine de esta agresividad? ¿Se alcanzará en algún tiempo lejano la verdadera aplicación de una libertad más llevadera socialmente?
Lo cierto que tras la primera revolución nos queda un gusto bastante amargo de lo que pueda acontecer más adelante. Entonces tras una pausa en Cuba constatamos la llegada de la segunda forma de sometimiento, confirmándose nuevamente lo que hemos postulado respecto a esto: ni el hombre ni el pueblo pueden escapar de la subordinación ajena. Como dijimos, ésta proviene de su propia raza y no difiere de la anterior en mucho. Será porque la dominación no es cuestión de estirpes, más bien del hecho mismo de ser humano. La naturaleza del ente humano contiene, lo quiera uno o no, una sed de poder in natura; si existe la posibilidad la duda de si tomarla o no, podría quedar reducida a prácticamente nada, independiente de cualquier principio o lealtad existente.
Se reinician los enfrentamientos. Ahora es la misma sangre la que corre en ambos bandos. Pero ya es predecible lo que acontecerá: nada nuevo, se repetirá la historia una y mil veces.
De esta forma queda eventualmente demostrado el carácter cíclico y continuo de la revolución. Esta revolución que no hace más que perseguir un sueño tan antiguo como la civilización misma y que ha sido y seguirá siempre relegando a un grupo de personas por la complacencia de un ente humano o abstracto más poderoso que nuestra voluntad. Así seguiremos enfrentándonos perpetuamente a nuestras quimeras de libertad, haciéndonos crear utopías, sistemas políticos y económicos, con sus consiguientes revoluciones para lograr instaurarlos y ser paradójicamente esclavizados por ellos mismos. En conclusión, querámoslo o no, nos enfrascaremos en las mismas añoranzas y realizaremos los mismos alzamientos que nuestros antepasados, pero todo será parte del giro constante de la misma rueda: la Historia.
Es necesario clarificar que diferimos totalmente con aquella visión hegeliana de la historia encaminada inevitablemente hacia el Progreso, hacia la Síntesis del Espíritu. De qué síntesis se les puede hablar a los esclavos haitianos si continúan siendo esclavizados por la gente de su propio pueblo. En el perpetuo embaucamiento es que vive el ser americano. En definitiva, y como lo planteó Octavio Paz, somos ‘hijos de la chingada’. Y por consiguiente, acá en América, lo que sea que hagamos se chinga. Se chingó la Colonia, se chingó la Independencia y se chingó la Revolución.
4 Comentarios:
Sólo agregar: hasta uno mismo se chinga. Se chinga la vida. Pero subsiste la pregunta: en qué momento? En qué momento pasamos de estar levemente regulares a decididamente cagados?
Beats me...
Saludos
Genial tu reflexión. Conozco el libro de Alejo Carpentier pero no lo he leído, sólo leí de él "Viaje a la semilla". Mas que nadie,ustedes son los que conocen su historia. Desde la Universidad Mis profesores de Literatura Hispanoamericana me han transmitido siempre que la historia de América comienza con su emancipación y su propia epifanía interna, es decir, cuando América comienza a mostrarse y se revela a sí misma.
Toda historia de cualquier país es la historia de los sometidos y siempre está escrita por los vencedores. En España fueron las guerras napoleónicas nuestra particular revolución y luego nuestra horrible Guerra Civil.
Las revoluciones son idealistas, ya que el propio hombre es un lobo para el hombre, como dijo el filósofo Thomas Hobbes. No se puede luchar con tra la propia naturaleza y la naturaleza del hombre es el juego del poder.
La historia nos recuerda lo que pasó. Sólo espero que lo recordemos. Porque como dice en un muro de Auswitch: "El pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla".
P.D.: Me encantó El laberinto de la soledad de O. Paz. En realidad no somos tan distintos aunque nos separe un océano.
precisamente una de las máximas de nosotros (los mexicanos, y que al parecer no es exclusivo de México) es el pensamiento de "te chingué", que se refiere a que no importa que en alguna interacción yo salga perdiendo, sino en no haber salido más jodido que el prójimo.
"No gané, pero te chingué" y esa ha sido la historia desde que somos "independientes".
Ahí está el caso de López Obrador... no ganó las elecciones pero se está chingando al resto del país.
Saludos desde un México en transisión política sexenal
Leeré el libro. Tu reflexión es muy interesante.
Saludos
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal